El ejemplo de Daniel - Consejo Sobre el Régimen Alimenticio por: Elena G. White
El ejemplo de Daniel
Para
entender correctamente el tema de la temperancia, debemos considerarlo desde un
punto de vista bíblico; y en ninguna parte podemos encontrar una ilustración
más abarcante y llena de fuerza de la verdadera temperancia y de las
bendiciones que la acompañan, que la que nos presenta la historia del profeta
Daniel y sus asociados hebreos en la corte de Babilonia...
Dios
siempre honra lo recto. Se habían reunido en Babilonia los jóvenes más
promisorios de todos los países sometidos por el gran conquistador, y sin embargo
entre todos ellos, los cautivos hebreos no tenían rival. La forma erguida, el
paso firme y elástico, el rostro despejado, la inteligencia clara y el aliento
puro—todas estas cosas eran certificado de buenos hábitos—constituían una
insignia de nobleza con la cual la naturaleza honra a los que son obedientes a
sus leyes.
La historia de Daniel y sus compañeros ha sido recordada en las
páginas de la Palabra inspirada para beneficio de los jóvenes de todas las
edades sucesivas. Lo que algunos hombres han hecho, otros hombres pueden
hacerlo. ¿Permanecieron estos jóvenes hebreos firmes en medio de grandes
tentaciones, y presentaron un noble testimonio en favor de la verdadera
temperancia? Los jóvenes de nuestros días pueden dar un testimonio similar. Haríamos
bien en pensar en la lección que se presenta aquí. Nuestro peligro no radica en
la escasez, sino en la abundancia. Estamos siempre tentados a los excesos. Los
que quieran preservar sus facultades intactas para el servicio de Dios, deben
observar una estricta temperancia en el uso de los productos de la generosidad
divina, así como abstenerse completamente de toda complacencia perjudicial o
degradante. La generación naciente está rodeada de seducciones calculadas para
tentar el apetito.
Especialmente en nuestras grandes ciudades, toda forma de
complacencia es facilitada y presentada como atractiva. Aquellos que, a
semejanza de Daniel, rehusen mancillarse a sí mismos, cosecharán la recompensa
de sus hábitos de temperancia. Con su mayor vigor físico y su poder de
resistencia incrementado, tienen un depósito bancario del cual pueden retirar
en caso de emergencia. Los hábitos físicos correctos promueven la superioridad
mental. El poder intelectual, la fuerza física y la longevidad dependen de
leyes inmutables. Este no es un problema de azar o de casualidad. El Dios de la
naturaleza no intervendrá para salvar a los hombres de las consecuencias de
violar las leyes de la naturaleza.
Existe mucha verdad genuina en el adagio:
“Todo hombre es el arquitecto de su propio destino”. Si bien los padres son
responsables de la estampa del carácter así como de la educación y preparación
de sus hijos e hijas, es cierto sin embargo que nuestra posición y utilidad en
el mundo depende, en gran medida, de nuestra propia conducta. Daniel y sus
compañeros disfrutaron los beneficios de la debida preparación y educación en
los primeros años de la vida, pero estas ventajas de por sí no los habrían
hecho lo que fueron. Llegó el tiempo en que debían actuar por sí mismos: cuando
su futuro dependía de su propia conducta. Entonces decidieron ser leales a las
lecciones que les fueron enseñadas en la niñez. El temor de Dios, que es el
principio de la sabiduría, fue el fundamento de su grandeza. El Espíritu de
Dios fortaleció todo verdadero propósito, toda noble resolución.—Christian
Temperance and Bible Hygiene, 25-28 (1890). 34. Los jóvenes [Daniel,
Ananías, Misael y Azarías] que asistían a esta escuela de preparación no
solamente debían ser admitidos en el palacio real sino que también se dispuso
que comieran de la carne y bebieran del vino que venían de la mesa del rey. En
todo esto el rey consideraba que estaba no sólo concediéndoles un gran honor,
sino además asegurándoles el mejor desarrollo físico y mental que pudieran
lograr. Entre las viandas que se colocaban ante el rey había carne de cerdo y
otras carnes declaradas inmundas por la ley de Moisés. Se había prohibido expresamente
que los hebreos las comieran. Aquí Daniel fue puesto en una prueba severa.
¿Debía adherirse a las enseñanzas de sus padres sobre alimentos y bebidas, y
ofender al rey, probablemente perdiendo no sólo su posición sino también su
vida, o debía desobedecer el mandato del Señor y retener el favor real,
obteniendo de esta suerte grandes ventajas intelectuales y las más halagüeñas
perspectivas mundanas? Daniel no dudó por mucho tiempo. Decidió mantenerse
firme en su integridad, fueran cualesquiera los resultados. “Y Daniel propuso
en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el
vino que él bebía”. Daniel 1:8.
Hay muchos, entre los profesos
cristianos modernos, que podrían concluir que Daniel fue demasiado escrupuloso,
y que podrían considerarlo estrecho y fanático. Creen que el asunto de comer y
beber tiene demasiado poca consecuencia para exigir una posición tan decidida:
una posición que comporta el probable sacrificio de toda ventaja terrena. Pero
los que razonan de esta suerte hallarán, en el día del juicio, que ellos se han
desviado de los expresos requerimientos de Dios, y han establecido su propia
opinión como norma de lo que es correcto o incorrecto. Encontrarán que lo que
les parecía sin importancia no es considerado así por Dios. Sus requerimientos
deben ser obedecidos en forma inflexible. Los que aceptan y obedecen uno de sus
preceptos porque resulta conveniente hacerlo, en tanto que rechazan otro porque
su observancia requeriría un sacrificio, rebajan la norma de la justicia, y por
su ejemplo inducen a otros a considerar livianamente la santa ley de Dios. “Así
dice el Señor” ha de ser nuestra regla en todas las cosas... El carácter de
Daniel se presenta al mundo como un notable ejemplo de lo que la gracia de Dios
puede hacer por los hombres caídos por naturaleza y corrompidos por el pecado.
El relato sobre su vida noble y llena de sacrificio, resulta de ánimo para
nuestra humanidad común. De él podemos recibir fuerza para resistir noblemente
la tentación, y con firmeza, y con la gracia de la mansedumbre, defender lo
recto bajo la más severa prueba.
Daniel podría haber encontrado una excusa
plausible para apartarse de sus hábitos estrictamente temperantes; pero la
aprobación de Dios era más cara para él que el favor del más poderoso potentado
terrenal: más cara aún que la vida misma. Habiendo obtenido por su conducta
cortés el favor de Melsar, el oficial que estaba a cargo de los jóvenes
hebreos, Daniel hizo la petición de que se le permitiera no comer de la comida
del rey, o beber de su vino. Melsar temía que si accedía a este pedido,
incurriría en el desagrado del rey, y así peligraría su propia vida. Como
muchas personas hoy, pensaba que un régimen abstemio haría que estos jóvenes
tuvieran una apariencia demacrada y enfermiza y fueran deficientes en fuerza
muscular, en tanto que la lujosa comida proveniente de la mesa del rey los
haría rubicundos y hermosos, y les impartiría una actividad física superior.
Daniel
solicitó que el asunto fuera decidido por una prueba de diez días: los jóvenes
hebreos, durante este breve período, debían tener permiso para comer alimentos
sencillos, mientras sus compañeros participarían de los exquisitos manjares del
rey. Finalmente el pedido les fue otorgado, y entonces Daniel se sintió seguro
de que había ganado su caso. Aunque era sólo un joven, había visto los efectos
perjudiciales del vino y de una vida lujuriosa sobre la salud física y mental. Al
final de los diez días el resultado vino a ser precisamente lo opuesto a lo que
esperaba Melsar. No sólo en su apariencia personal, sino también en su
actividad física y en su vigor mental, los que habían sido temperantes en sus
hábitos revelaron poseer una notable superioridad sobre sus compañeros que
habían complacido su apetito. Como resultado de esta prueba, a Daniel y a sus
asociados les fue permitido continuar su régimen sencillo durante todo el curso
de su preparación para los deberes del reino.—The
Review and Herald, 25 de enero de 1881.
Se gana la aprobación de Dios
El Señor
consideró con aprobación la firmeza y la abnegación de estos jóvenes hebreos y
su bendición los acompañó. “A estos cuatro muchachos Dios les dio conocimiento
e inteligencia en todas las letras y ciencias; y Daniel tuvo entendimiento en
toda visión y sueños”. Daniel 1:17. A la expiración de los tres años de
preparación, cuando su capacidad y sus conocimientos fueron puestos a prueba
por el rey, “el rey habló con ellos, y no fueron hallados entre todos ellos
otros como Daniel, Ananías, Misael y Azarías; así, pues, estuvieron delante del
rey. En todo asunto de sabiduría e inteligencia que el rey les consultó, los
halló diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en todo su
reino”. Daniel 1:19, 20.
Aquí hay una lección para todos, pero especialmente para los jóvenes. El
cumplimiento estricto de los requerimientos de Dios es benéfico para la salud
del cuerpo y de la mente. A fin de alcanzar la más alta norma de conquistas
morales e intelectuales, es necesario buscar sabiduría y fuerza de Dios, y
observar una estricta temperancia en todos los hábitos de la vida. En la
experiencia de Daniel y sus compañeros tenemos un ejemplo del triunfo de los
principios sobre la tentación de complacer el apetito. Esa experiencia nos
muestra que por medio de los principios religiosos los jóvenes pueden triunfar
sobre la concupiscencia de la carne y mantenerse leales a los requerimientos de
Dios aunque les cueste un gran sacrificio. [El régimen de Daniel—117, 241, 242]
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