El arroz blanco es el peor: por qué pasarte al integral al rojo o al negro

 

 Hoy por hoy en cualquier supermercado nos encontramos no solo con una enorme variedad de marcas, sino con diferentes elaboraciones (trigo, indian pale ale, lager, pilsen...). Con el arroz pasa algo muy parecido, aunque es algo más difícil encontrar las diferentes variedades (aunque no mucho más complicado). A día de hoy conocemos los dos más comunes: el blanco (que a todos nos gusta tanto por su sabor como por los maravillosos platos que se preparan con él) y el arroz integral, que es el anterior pero descascarillado y conservando el salvado. Esta versión se consume, sobre todo, por su alto contenido en fibra alimentaria, que como sabemos es fundamental para tener una buena salud gastrointestinal. Además, en este salvado se encuentran gran parte de los micronutrientes de este cereal que en su versión más pálida no están presentes.

"Las antocianinas del arroz negro han mostrado efectos inhibidores en varios tipos de cáncer"

 

Pero lo más importante de la fibra del arroz integral no es que ayude a nuestro tránsito gastrointestinal, sino que es un prebiótico, o dicho de otro modo, un nutriente que ayuda a nuestra flora intestinal a crecer fuerte y sana. Esto, por supuesto, tiene una gran relevancia. Como ya hemos explicado en múltiples ocasiones en Alimente, la salud y la variedad de nuestra microbiota afectan directamente a nuestra salud en áreas tan importantes como la eliminación de la bilirrubina, la generación de vitamina A activada o la prevención de la obesidad o de enfermedades mentales como el párkinson.

Las 'nuevas' variantes

Pero todo queda en ridículo en comparación al arroz rojo o al negro. Técnicamente siguen siendo el mismo cereal, pero lo mejor de estos tipos de granos es que sus pigmentos, además de conferirles color, tienen propiedades buenas para nuestro organismo. En el caso del arroz negro, esa tonalidad le es conferida por dos antocianinas (flavonoides pigmentarios de las plantas), la peonidina 3-glucósido y la cianidina 3-glucósido. En un estudio elaborado por los investigadores Pei-Ni CheShu-Chen ChuWu-Hsien Kuo y su equipo del Instituto de Bioquímica y Biotecnología de la Universidad Médica de Chung Shan y de la Universidad de Ciencia y Tecnología Central de Taiwán, los investigadores indicaban que estos compuestos "mostraron un efecto inhibidor en las capacidades invasivas de varios tipos de cánceres".

Y no solo eso, las antocianinas tienen la capacidad de evitar el daño que unas moléculas llamadas radicales libres pueden generar en nuestras células. Dicho de otro modo, son antioxidantes. Su mecanismo de acción consiste en que son moléculas que 'necesitan desesperadamente' oxígeno. Por sí solo, el oxígeno puede provocar daños en el interior de las células. Es por esto que 'que se lo quede' otra molécula es bueno para nosotros, porque lo neutraliza.

El arroz integral también contiene estas sustancias que se han probado, al menos en laboratorio, que tienen efectos positivos en la prevención del cáncer, de enfermedades cardiovascularesdiabetes alergias. La gran diferencia radica en que, según señala un famoso doctor especialista en nutrición, el estadounidense Michael Greger, "estas variedades tienen cinco veces más antioxidantes que el arroz integral" e infinitas veces más que el blanco (dado que este último directamente no tiene).

El problema

Las ventajas del arroz blanco, incluso del integral, son su precio (desde 75 céntimos el kilo) y que podemos dejarlo olvidado en un armario durante 10 años, que a nuestra vuelta, aunque peor, seguirá siendo comestible. Este no es el caso de los arroces 'sanos'.

En el caso del rojo, un kilo puede llegar a costarnos un mínimo de 4,07€ el kilo y sus propiedades, la razón principal de ese gasto extra, se evaporarán rápido, con lo que en un mes tendremos un arroz carísimo. Pero el negro sí que representa toda una inversión en nuestra salud: 7,5€ el kilogramo y, además, es capaz de ponerse malo, por lo que deberemos vigilar la fecha de caducidad. Estas variedades suelen cultivarse de forma ecológica y a pequeña escala, lo que catapulta su precio a extremos insospechados. Ahora, lo único que nos quedará por hacer es valorar si realmente creemos que nos vale la pena tener mejor salud o no.

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