Una raza degenerada - Consejos Sobre la Salud - Elena G. White


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Me fue presentado el actual debilitamiento de la familia humana. Cada generación se ha estado debilitando más y la enfermedad, bajo todas sus formas, aflige a la especie humana. Miles de pobres mortales, con cuerpos enfermizos, deformados, con nervios destrozados y mentes sombrías, arrastran una mísera existencia. El poder de Satanás sobre la familia humana aumenta. Si el Señor no viniese pronto a quebrantar su poder, la tierra quedaría despoblada antes de mucho. CSI 18.1
Se me reveló que el poder de Satanás se ejerce especialmente sobre los hijos de Dios. Muchos me fueron presentados en una condición de duda y desesperación. Las enfermedades del cuerpo afectan la mente. Un enemigo astuto y poderoso acompaña nuestros pasos, y dedica su fuerza y habilidad a tratar de apartarnos del camino recto. Y demasiado a menudo sucede que los hijos de Dios no están en guardia y por lo tanto, ignoran sus designios. Satanás obra por los medios que mejor le permiten ocultarse, y a menudo alcanza su objeto.—Joyas de los Testimonios 1:103. 
La violación de la ley física
El hombre salió de las manos de su Creador perfecto en su organización y de bellas proporciones. Si por más de seis mil años ha podido soportar el impacto creciente de las enfermedades y la violencia, es una prueba concluyente del poder de resistencia con que fue dotado. Aunque los antediluvianos se entregaron al pecado sin restricción, transcurrieron más de dos mil años antes que comenzaran a sentirse los efectos de la violación de las leyes naturales. Si Adán no hubiera poseído originalmente una resistencia física superior a la de los hombres que viven en la actualidad, la raza humana ya se hubiera extinguido. 
A través de las sucesivas generaciones que siguieron a la caída del hombre, la tendencia ha sido continuamente hacia abajo. Las enfermedades se han transmitido de padres a hijos, una generación tras otra. Aun los niños en sus cunas sufren malestares causados por el pecado de sus padres... 
Los patriarcas de Adán a Noé, con pocas excepciones, vivieron cerca de mil años. Después el promedio de vida de los seres humanos ha ido en constante descenso.
En tiempos del primer advenimiento de Cristo, la raza humana ya estaba tan degenerada que no sólo los viejos, sino también los adultos y jóvenes eran traídos a los pies del Salvador, de todas partes, para que les sanara sus enfermedades. Muchos sufrían bajo el peso de una miseria inexpresable. 
La violación de las leyes físicas, con su consecuente sufrimiento y muerte prematura, ha prevalecido durante tanto tiempo, que estas consecuencias han llegado a aceptarse como la suerte natural de la humanidad; pero Dios no creó a la raza humana en una condición tan debilitada. Este estado de cosas no es obra de la Providencia, sino del hombre. Fue producido por los malos hábitos, es decir por la violación de las leyes que Dios estableció para gobernar la existencia humana. La transgresión sostenida de las leyes de la naturaleza es una transgresión continua de la ley de Dios. Si los seres humanos hubieran obedecido siempre la ley de los Diez Mandamientos, practicando en sus vidas los principios de dichos preceptos, hoy no existiría la maldición de las enfermedades que inundan al mundo... 
Cuando los seres humanos toman cualquier curso de acción que los hace derrochar su vitalidad o que anubla su intelecto, pecan contra Dios; no lo glorifican por medio del cuerpo y del espíritu que le pertenecen. Pero a pesar de que el hombre lo ha insultado, el amor de Dios todavía se extiende a la raza humana, concediéndole la luz, capacitando a la gente para ver que si desean llevar una vida perfecta necesitan obedecer las leyes naturales que gobiernan el ser. Entonces, ¡cuán importante es que las personas caminen en esa luz, y que ejerciten todas las energías, tanto del cuerpo como de la mente, para glorificar a Dios! 

El pueblo de Dios debe mantenerse puro

Vivimos en un mundo que se opone a la justicia y la pureza del carácter, y especialmente a la acción de crecer en la gracia. Hacia dondequiera que se mire, se ve contaminación y corrupción, deformidad y pecado. ¡Cuánta diferencia hay entre todo esto y la obra que debe cumplirse en nosotros justamente antes de recibir el don de la inmortalidad! En estos últimos días los elegidos de Dios deben mantenerse sin mancha en medio de las corrupciones que pululan alrededor de ellos. Si se ha de realizar esta obra, necesita comenzarse de inmediato, inteligentemente y con fervor. El Espíritu de Dios debe tener un control perfecto, e influir sobre cada acción. CSI 20.1
La reforma de la salud es uno de los aspectos de la gran obra destinada a preparar un pueblo para la venida del Señor. Se encuentra tan estrechamente unida con el mensaje del tercer ángel como lo está la mano con el cuerpo. Los seres humanos han considerado livianamente la ley de los Diez Mandamientos; sin embargo el Señor no vendrá a castigar a los transgresores de su ley sin enviarles primero un mensaje de amonestación. Los hombres y las mujeres no pueden violar las leyes naturales mediante la complacencia de sus apetitos depravados y pasiones carnales, sin violar la ley de Dios. Por eso él ha permitido que brille sobre nosotros la reforma de la salud para que podamos comprender la pecaminosidad de quebrantar las leyes que él mismo ha establecido en nuestro propio ser. CSI 20.2
Nuestro Padre celestial observa la condición deplorable de las personas que—algunos por ignorancia—pasan por alto los principios de la higiene. Y si permite que la reforma pro salud brille sobre la raza humana, es porque nos ama y tiene piedad de nosotros. Ha publicado su ley y el castigo de transgredirla, con el fin de que todos aprendamos lo que ha establecido para nuestro más alto beneficio. Ha proclamado su ley tan claramente y la ha hecho tan prominente, que se la puede comparar a una ciudad edificada sobre una montaña. Todos los seres inteligentes la pueden comprender, si lo desean. Nadie más es responsable. 

La insensatez de la ignorancia

La obra que acompaña al mensaje del tercer ángel consiste en explicar las leyes naturales y exhortar a que se obedezcan. La ignorancia no es excusa ahora para la transgresión de la ley. La luz brilla con claridad y nadie necesita quedar ignorante; porque el mismo gran Dios es el instructor de los seres humanos. Todos estamos comprometidos, por el deber más sagrado, a prestar atención a la filosofía sana y a la experiencia genuina que Dios nos está concediendo con respecto a la reforma pro salud. El Señor desea que este tema se presente ante el público de tal manera que las mentes de la gente se interesen profundamente en su investigación; porque es imposible que los hombres y las mujeres aprecien la verdad sagrada mientras son víctimas del poder de los hábitos pecaminosos que destruyen la salud y debilitan el cerebro. CSI 21.1
Los que están dispuestos a aprender acerca de los efectos de la complacencia pecaminosa sobre la salud, y que comienzan una obra de reforma, aunque sea por motivos egoístas, al hacerlo pueden colocarse en el lugar donde la verdad de Dios alcanzará sus corazones. Y, por otra parte, las personas que han escuchado la presentación de las verdades bíblicas, están en una posición en la cual sus conciencias pueden ser despertadas por el tema de la salud. Ven y sienten la necesidad de romper con la tiranía de los hábitos y apetitos que los han gobernado durante tanto tiempo. Hay muchos que podrían aceptar las verdades de la Palabra de Dios después de ser convencidos por las evidencias más claras; pero sus deseos carnales, que exigen ser complacidos, les controlan el intelecto a tal punto que rechazan la verdad porque se opone a sus deseos sensuales. Las mentes de muchos se rebajan tanto que le impiden a Dios trabajar en favor de ellos o con ellos. Antes que puedan apreciar las demandas de Dios, la corriente de sus pensamientos debe cambiar y se deben despertar sus sensibilidades morales. CSI 21.2
El apóstol Pablo exhorta a la iglesia: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”. Romanos 12:1. La complacencia pecaminosa contamina el cuerpo e incapacita a las personas para el culto espiritual. Los que aprecian la luz que Dios les ha dado acerca de las reformas de la salud, poseen una ayuda importante en la obra de ser santificados por la verdad, y de llegar a ser aptos para heredar la inmortalidad. Pero el que desprecia la luz y vive en continua violación de las leyes naturales, debe pagar las consecuencias; sus facultades espirituales se anublan, ¿y cómo podrá perfeccionar su santidad en el temor de Dios? CSI 22.1
Los hombres han corrompido el templo del alma, y Dios los llama para que despierten y luchen con todas sus fuerzas para recuperar la virilidad que Dios les ha concedido. Sólo la gracia de Dios puede convencer y convertir el corazón; los esclavos de las costumbres pueden obtener poder sólo de él para quebrantar las cadenas que los aprisionan. Es imposible que una persona presente su cuerpo como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, mientras continúa practicando hábitos que lo privan de su fortaleza física, mental y moral. Nuevamente el apóstol instruye: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Romanos 12:2. 

Como en los días de Noé

Sentado sobre el monte de los Olivos, Jesús instruyó a sus discípulos acerca de las señales que precederían su segunda venida: “Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre”. Mateo 24:37-39. En nuestros días existen los mismos pecados que acarrearon los juicios de Dios sobre el mundo en la época de Noé. En la actualidad, tanto hombres como mujeres se exceden tanto en la comida y en la bebida que terminan en glotonería y borrachera. Este pecado prevaleciente de la indulgencia del apetito pervertido, inflamó las pasiones de los seres humanos en los días de Noé y los condujo a una corrupción generalizada. La violencia y el pecado alcanzaron hasta el cielo. Finalmente esta corrupción moral fue barrida de la tierra mediante las aguas del diluvio. CSI 23.1
Los mismos pecados de glotonería y ebriedad entorpecieron las sensibilidades morales de los habitantes de Sodoma de tal modo que el crimen parecía ser el deleite de los hombres y las mujeres de esa ciudad malvada. Por eso Cristo amonestó al mundo así: “Así mismo como sucedió en los días de Lot; comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; mas el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyó a todos. Así será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste”. Lucas 17:28-30. CSI 23.2
Aquí Cristo nos ha dejado una lección importantísima. Expone ante nosostros el peligro de transformar la comida y la bebida en lo más importante. Nos presenta los resultados de la complacencia irrestringida de los apetitos. Las facultades morales se debilitan de modo que el pecado no aparece pecaminoso. El crimen se considera livianamente y la pasión controla la mente hasta que se destierran los principios e impulsos nobles, y Dios es blasfemado. Todo esto es el resultado de comer y beber en exceso. Cristo declara que estas serán exactamente las condiciones existentes durante el tiempo de su segunda venida. CSI 23.3
El Salvador nos presenta un objetivo más elevado por el cual trabajar que la mera preocupación acerca de qué comeremos o qué beberemos o con qué nos cubriremos. La comida, la bebida y el vestido se llevan hoy a tales excesos que se transforman en crímenes. Se encuentran catalogados entre los hábitos distintivos de los últimos días, y constituyen una señal de la pronta venida de Cristo. El tiempo, el dinero y las energías, que pertenecen a Dios, y que él nos ha confiado, se desperdician en los excesos del vestido y en los lujos destinados a complacer el apetito pervertido, que menoscaban la vitalidad y acarrean sufrimiento y corrupción. Es imposible que presentemos nuestros cuerpos en sacrificio vivo a Dios cuando los llenamos continuamente de contaminación y enfermedad por causa de nuestra propia complacencia pecaminosa. Se debe instruir a la gente acerca de cómo comer y beber y vestir de modo que se promueva la buena salud. La enfermedad es el resultado de la violación de las leyes naturales. La obediencia a las leyes de Dios es nuestro primer deber, y es algo que le debemos a Dios, a nosotros mismos, y a nuestros semejantes. En esos preceptos están incluidas las leyes de la salud. 


Se necesita una obra de reforma

Vivimos en medio de una “epidemia de crímenes,” frente a la cual, en todas partes, los hombres pensadores y temerosos de Dios se sienten horrorizados. Es indescriptible la corrupción prevaleciente. Cada día nos trae nuevas revelaciones de luchas políticas, cohechos y fraudes. Cada día trae su porción de aflicciones para el corazón en lo que se refiere a violencias, anarquía, indiferencia para con los padecimientos humanos, brutalidades y muertes alevosas. Cada día confirma el aumento de la locura, los asesinatos y los suicidios. ¿Quién puede dudar de que los agentes de Satanás están obrando entre los hombres con creciente actividad, para perturbar y corromper la mente, manchar y destruir el cuerpo? CSI 24.2
Y mientras que abundan estos males en el mundo, es demasiado frecuente que el Evangelio se predique con tanta indiferencia que no hace sino una débil impresión en la conciencia o la conducta de los hombres. En todas partes hay corazones que claman por algo que no poseen. Suspiran por una fuerza que les dé dominio sobre el pecado, una fuerza que los libre de la esclavitud del mal, una fuerza que les dé salud, vida y paz. Muchos que en otro tiempo conocieron el poder de la Palabra de Dios, han vivido en lugares donde no se reconoce a Dios y ansían la presencia divina. CSI 25.1

El mundo necesita hoy lo que necesitaba mil novecientos años atrás, esto es, una revelación de Cristo. Se requiere una gran obra de reforma y sólo mediante la gracia de Cristo podrá realizarse esa obra de restauración física, mental y espiritual.—El Ministerio de Curación, 101-102. 

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