Llevar a los hijos en oración a Jesús - Ser Semejante a Jesús - Elena G. White

 El desafío de llevar adelante una familia cristiana | Blog.bible

Entonces le fueron presentados unos niños, para que pusiese las manos sobre ellos, y orase; y los discípulos les reprendieron. Mateo 19:13. 

En el tiempo de Cristo las madres le llevaban a sus hijos para que les impusiera las manos y los bendijese. Así manifestaban ellas su fe en Jesús, y también el intenso anhelo de su corazón por el bienestar presente y futuro de los pequeñuelos confiados a su cuidado. Pero los discípulos no podían reconocer la necesidad de interrumpir al Maestro tan sólo para que se fijara en los niños, y en una ocasión en que alejaban a unas cuantas madres, Jesús los reprendió y ordenó a la muchedumbre que diese paso a esas madres fieles y a sus niñitos. Dijo él: “Dejad a los niños venir a mí y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos”. Mateo 19:14. 

Mientras las madres recorrían el camino polvoriento y se acercaban al Salvador, él veía sus lágrimas y cómo sus labios temblorosos elevaban una oración silenciosa en favor de los niños. Oyó las palabras de reprensión que pronunciaban los discípulos y prestamente anuló la orden de ellos. Su gran corazón rebosante de amor estaba abierto para recibir a los niños. A uno tras otro tomó en sus brazos y los bendijo, mientras un pequeñuelo, reclinado contra su pecho, dormía profundamente. Jesús dirigió a las madres palabras de aliento referentes a su obra, y ¡cuánto alivió así su ánimo! ¡Con cuánto gozo se espaciaban ellas en la bondad y misericordia de Jesús al recordar aquella memorable ocasión! Las misericordiosas palabras de él habían quitado la carga que las oprimía y les habían infundido nueva esperanza y valor. Se había desvanecido todo su cansancio. 

Fue una lección alentadora para las madres de todos los tiempos. Después de haber hecho lo mejor que está a su alcance para beneficiar a sus hijos, pueden llevarlos a Jesús. Aun los pequeñuelos en los brazos de la madre resultan preciosos a los ojos de él. Y mientras la madre anhele verlos recibir la ayuda que ella no puede darles, la gracia que no puede otorgarles, y se confíe a sí misma y a sus hijos en los brazos misericordiosos de Cristo, él los recibirá y los bendecirá; dará paz, esperanza y felicidad tanto a ella como a ellos.—El hogar adventista, 248, 249 (1894). 


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