Enseñar y curar - El Ministerio de Curación - Elena G. de White

Oración del miércoles: «Jesús convocó a sus doce discípulos» - MVC

Cuando Cristo envió a los doce discípulos para que hicieran su primera gira de evangelización, les encargó lo siguiente: “Yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios: de gracia recibisteis, dad de gracia.” Mateo 10:7, 8.

A los setenta que mandó más tarde, les dijo: “En cualquier ciudad donde entrareis, y os recibieren, ... sanad los enfermos que en ella hubiere, y decidles: Se ha llegado a vosotros el reino de Dios.” Lucas 10:8, 9. La presencia y el poder de Cristo los acompañaron, “y volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre.” Lucas 10:17.

Después de la ascensión de Cristo, esta obra siguió adelante. Repitiéronse las escenas del ministerio de Jesús. “Aun de las ciudades vecinas concurría multitud a Jerusalem, trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; los cuales todos eran curados.” Hechos 5:16.

La obra de los discípulos

Y los discípulos “saliendo, predicaron en todas partes, obrando con ellos el Señor.” Marcos 16:20. “Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo. Y las gentes escuchaban atentamente unánimes las cosas que decía Felipe.... Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos, ... y muchos paralíticos y cojos eran sanados: así que había gran gozo en aquella ciudad.” Hechos 8:5-8.

Lucas, autor del Evangelio que lleva su nombre, era misionero médico. En las Escrituras se le llama “el médico amado.” Colosenses 4:14. El apóstol Pablo oyó hablar de su pericia en la ciencia médica, y solicitó sus servicios por considerar que el Señor le había encomendado una obra especial. Se aseguró su cooperación, y por algún tiempo Lucas acompañó al apóstol en sus viajes. Más tarde, Pablo dejó a Lucas en Filipos de Macedonia, donde, por varios años, prosiguió su trabajo como médico y maestro que enseñaba el Evangelio. Como médico, atendía a los enfermos y oraba a Dios para que su poder curativo obrara en los afligidos. De esta manera quedaba expedito el camino para el mensaje del Evangelio. El éxito de Lucas como médico le daba muchas oportunidades para predicar a Cristo entre los paganos. Es el plan divino que trabajemos como trabajaron los discípulos. La curación física va enlazada con la misión de predicar el Evangelio. En la obra del Evangelio, jamás deben ir separadas la enseñanza y la curación.

La tarea de los discípulos consistía en difundir el conocimiento del Evangelio. Se les había encomendado la tarea de proclamar al mundo entero las buenas nuevas que Cristo trajo a los hombres. Esta obra la llevaron a cabo en beneficio de la gente de su tiempo. A toda nación debajo del cielo fué anunciado el Evangelio en una sola generación.

La proclamación del Evangelio a todo el mundo es la obra que Dios ha encomendado a los que llevan su nombre. El Evangelio es el único antídoto para el pecado y la miseria de la tierra. El dar a conocer a toda la humanidad el mensaje de la gracia de Dios es la primera tarea de los que conocen su poder curativo.

Cuando Cristo envió a los discípulos con el mensaje evangélico, la fe en Dios y en su Palabra casi había desaparecido del mundo. El pueblo judío, que profesaba conocer a Jehová, había desechado la Palabra de Dios para substituirla con la tradición y las especulaciones humanas. La ambición egoísta, el amor de la ostentación y el lucro absorbían los pensamientos de los hombres. Al desaparecer la reverencia para con Dios, desapareció también la compasión hacia los hombres. El egoísmo era el principio dominante, y Satanás realizaba su voluntad en la miseria y degradación de la humanidad.

Los agentes de Satanás se posesionaban de los hombres. Los cuerpos humanos, hechos para ser morada de Dios, venían a ser habitación de demonios. Los órganos, los sentidos, los nervios de los hombres, eran empleados por agentes sobrenaturales para satisfacer la más vil concupiscencia. En los semblantes humanos se veía estampada la marca de los demonios. Esos rostros reflejaban la expresión de las legiones del mal que poseían a los hombres.

¿Cuál es la condición del mundo hoy? ¿No está la fe en la Biblia tan efectivamente destruída por la “alta crítica” y la especulación moderna como lo fué por la tradición y el rabinismo en los días de Cristo? ¿No tienen tan dominados los corazones de los hombres ahora como en aquel tiempo la codicia, la ambición y el amor del placer? En el mundo que se llama cristiano, y aun en las mismas iglesias que dicen ser de Cristo, ¡cuán pocos están gobernados por principios cristianos! En los negocios, en los círculos sociales, domésticos, y aun religiosos, ¡cuán pocos hacen de las enseñanzas del Cristo la regla diaria de su vida! ¿No es verdad que la “justicia se puso lejos, ... la equidad no pudo venir ... y el que se apartó del mal, fué puesto en presa”? Isaías 59:14, 15.

Vivimos en medio de una “epidemia de crímenes,” frente a la cual, en todas partes, los hombres pensadores y temerosos de Dios se sienten horrorizados. Es indescriptible la corrupción prevaleciente. Cada día nos trae nuevas revelaciones de luchas políticas, cohechos y fraudes. Cada día trae su porción de aflicciones para el corazón en lo que se refiere a violencias, anarquía, indiferencia para con los padecimientos humanos, brutalidades y muertes alevosas. Cada día confirma el aumento de la locura, los asesinatos y los suicidios. ¿Quién puede dudar de que los agentes de Satanás están obrando entre los hombres con creciente actividad, para perturbar y corromper la mente, manchar y destruir el cuerpo?

Y mientras que abundan estos males en el mundo, es demasiado frecuente que el Evangelio se predique con tanta indiferencia que no hace sino una débil impresión en la conciencia o la conducta de los hombres. En todas partes hay corazones que claman por algo que no poseen. Suspiran por una fuerza que les dé dominio sobre el pecado, una fuerza que los libre de la esclavitud del mal, una fuerza que les dé salud, vida y paz. Muchos que en otro tiempo conocieron el poder de la Palabra de Dios, han vivido en lugares donde no se reconoce a Dios y ansían la presencia divina.

El mundo necesita hoy lo que necesitaba mil novecientos años atrás, esto es, una revelación de Cristo. Se requiere una gran obra de reforma y sólo mediante la gracia de Cristo podrá realizarse esa obra de restauración física, mental y espiritual.

Sólo el método de Cristo será el que dará éxito para llegar a la gente. El Salvador trataba con los hombres como quien deseaba hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía a sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces les decía: “Seguidme.”

Es necesario acercarse a la gente por medio del esfuerzo personal. Si se dedicara menos tiempo a sermonear y más al servicio personal, se conseguirían mayores resultados. Hay que aliviar a los pobres, atender a los enfermos, consolar a los afligidos y dolientes, instruir a los ignorantes y aconsejar a los inexpertos. Hemos de llorar con los que lloran y regocijarnos con los que se regocijan. Acompañada del poder de persuasión, del poder de la oración, del poder del amor de Dios, esta obra no será ni puede ser infructuosa.

Hemos de recordar siempre que el objeto de la obra misionera médica consiste en dirigir a los enfermos del pecado hacia el Mártir del Calvario, que quita el pecado del mundo. Contemplándole, se transmutarán a su semejanza. Debemos animar al enfermo y al doliente a que miren a Jesús y vivan. Pongan los obreros cristianos a Cristo, el divino Médico, en continua presencia de aquellos a quienes desalentó la enfermedad del cuerpo y del alma. Dirijan sus miradas hacia Aquel que puede sanar la enfermedad física y la espiritual. Háblenles de Aquel que se compadece de sus flaquezas. Persuádanles a que se entreguen al cuidado de Aquel que dió su vida para que ellos puedan obtener vida eterna. Háblenles de su amor, del poder que tiene para salvar.

Este es el alto deber y el precioso privilegio del misionero médico. Y el ministerio personal prepara a menudo el camino para esta obra. Con frecuencia Dios llega a los corazones por medio de nuestros esfuerzos por aliviar los padecimientos físicos.

La obra del misionero médico es precursora de la obra del Evangelio. En el ministerio de la Palabra y en la obra del médico misionero, el Evangelio ha de ser predicado y puesto por obra.

En casi todas las poblaciones hay muchos que no escuchan la predicación de la Palabra de Dios ni asisten a ningún servicio religioso. Para que conozcan el Evangelio, hay que llevárselo a sus casas. Muchas veces la atención prestada a sus necesidades físicas es la única manera de llegar a ellos. Los enfermeros misioneros que cuidan a los enfermos y alivian la miseria de los pobres encontrarán muchas oportunidades para orar con ellos, leerles la Palabra de Dios y hablarles del Salvador. Pueden orar con los desamparados que no tienen fuerza de voluntad para dominar los apetitos degradados por las pasiones. Pueden llevar un rayo de esperanza a los vencidos y desalentados. Su amor abnegado, manifestado en actos de bondad desinteresada, ayudará a esos dolientes a creer en el amor de Cristo.

Muchos no tienen fe en Dios y han perdido la confianza en el hombre. Pero saben apreciar los actos de simpatía y de auxilio. Cuando ven a alguien que, sin el aliciente de las alabanzas ni esperanza de recompensa en esta tierra, va a sus casas para asistir a los enfermos, dar de comer a los hambrientos, vestir a los desnudos, consolar a los tristes y encaminarlos a todos con ternura hacia Aquel de cuyo amor y compasión el obrero humano es el mensajero, cuando ven todo esto, sus corazones se conmueven. Brota el agradecimiento. Enciéndese la fe. Ven que Dios cuida de ellos, y así quedan preparados para oír la Palabra divina.

Por doquiera, los misioneros, sean hombres o mujeres, obtendrán mucho más fácil acceso al pueblo, y verán grandemente aumentada su eficiencia como obreros, si pueden atender a los enfermos. Así, las mujeres que van a países paganos para actuar como misioneras encontrarán oportunidades para enseñar el Evangelio a las mujeres de aquellos países, cuando toda otra puerta de entrada les esté cerrada. Todo obrero evangélico debe saber aplicar los sencillos tratamientos que son tan eficaces para aliviar el dolor y curar las enfermedades.

Enseñanza de los principios de salud

Los obreros evangélicos deben ser también capaces de dar instrucción acerca de los principios del sano vivir. Hay enfermedades en todas partes, y las más de ellas podrían evitarse si se prestara atención a las leyes de la salud. La gente necesita comprobar la relación que hay entre los principios que rigen la salud y su bienestar tanto en esta vida como en la venidera. Necesita comprender la responsabilidad que le incumbe con referencia al cuerpo dispuesto por su Creador como morada suya, de la cual desea que los hombres sean fieles mayordomos. Necesita dejarse impresionar por la verdad encerrada en las palabras de la Santa Escritura:

“Vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré en ellos; y seré el Dios de ellos, y ellos serán mi pueblo.” 2 Corintios 6:16.

Miles necesitan y recibirían gustosos instrucción acerca de los métodos sencillos de tratar a los enfermos, métodos que están en vías de substituir el uso de drogas venenosas. Se nota gran falta de instrucción respecto a la reforma dietética. A los malos hábitos en el comer y al consumo de manjares malsanos se debe gran parte de la intemperancia, los crímenes y la miseria que azotan al mundo.

Al enseñar los principios que rigen la salud, téngase presente el gran objeto de la reforma, que es obtener el mayor desenvolvimiento del cuerpo, la mente y el espíritu. Demuéstrese que las leyes de la naturaleza, por ser leyes de Dios, fueron establecidas para nuestro bien; que la obediencia a ellas favorece la felicidad en esta vida, y contribuye a preparar para la vida futura.

Indúzcase a la gente a que estudie la manifestación del amor de Dios y de su sabiduría en las obras de la naturaleza. Indúzcasela a que estudie el maravilloso organismo del cuerpo humano y las leyes que lo rigen. Los que disciernen las pruebas del amor de Dios, que entienden algo de la sabiduría y el buen propósito de sus leyes, así como de los resultados de la obediencia, llegarán a considerar sus deberes y obligaciones desde un punto de vista muy diferente. En vez de ver en la observancia de las leyes de la salud un sacrificio y un renunciamiento, la tendrán por lo que es en realidad: un inapreciable beneficio.

Todo obrero evangélico debe comprender que la enseñanza de los principios que rigen la salud forma parte de la tarea que se le ha señalado. Esta obra es muy necesaria y el mundo la espera.

En todas partes hay tendencia a reemplazar el esfuerzo individual por la obra de las organizaciones. La sabiduría humana tiende a la consolidación, a la centralización, a crear grandes iglesias e instituciones. Muchos dejan a las instituciones y organizaciones la tarea de practicar la beneficencia; se eximen del contacto con el mundo, y sus corazones se enfrían. Se absorben en sí mismos y se incapacitan para recibir impresiones. El amor a Dios y a los hombres desaparece de su alma.

Cristo encomienda a sus discípulos una obra individual, que no se puede delegar. La atención a los enfermos y a los pobres y la predicación del Evangelio a los perdidos, no deben dejarse al cuidado de juntas u organizaciones de caridad. El Evangelio exige responsabilidad y esfuerzo individuales, sacrificio personal.

“Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar—manda Cristo,—para que se llene mi casa.” Lucas 14:23. Jesús relaciona a los hombres con aquellos a quienes quieren servir. Dice [acerca del deber cristiano]: “¿No es que ... a los pobres errantes metas en casa; que cuando vieres al desnudo, lo cubras?” “Sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.” Isaías 58:7; Marcos 16:18. Por medio del trato directo y de la obra personal, se han de comunicar las bendiciones del Evangelio.

Cuando en lo antiguo Dios daba luz a su pueblo, no obraba exclusivamente por una sola categoría de individuos. Daniel era príncipe de Judá. Isaías era también de estirpe real. David y Amós eran pastores de ganado; Zacarías era un cautivo vuelto de Babilonia; Eliseo era labrador. El Señor suscitaba como representantes suyos a profetas y príncipes, nobles y plebeyos, y les enseñaba las verdades que debían transmitir al mundo.

A todo aquel que llega a ser partícipe de su gracia, el Señor le señala una obra que hacer en favor de los demás. Cada cual ha de ocupar su puesto, diciendo: “Heme aquí, envíame a mí.” Isaías 6:8. Al ministro de la Palabra, al enfermero misionero, al médico creyente, al simple cristiano, sea negociante o agricultor, profesional o mecánico, a todos incumbe la responsabilidad. Es tarea nuestra revelar a los hombres el Evangelio de su salvación. Toda empresa en que nos empeñemos debe servirnos de medio para dicho fin.

Los que emprendan la obra que les fué señalada no sólo serán fuente de bendición para otros, sino que ellos mismos serán bendecidos. El sentido del deber cumplido influirá de modo reflejo en sus almas. El desalentado olvidará su desaliento, el débil se volverá fuerte, el ignorante, inteligente, y todos encontrarán ayuda segura en Aquel que los llamó.

La iglesia de Cristo está organizada para servir. Tal es su consigna. Sus miembros son soldados que han de ser adiestrados para combatir bajo las órdenes del Capitán de su salvación. Los ministros, médicos y maestros cristianos tienen una obra más amplia de lo que muchos se imaginan. No sólo han de servir al pueblo, sino también enseñarle a servir. No sólo han de instruir a sus oyentes en los buenos principios, sino también educarlos para que sepan comunicar estos principios. La verdad que no se práctica, que no se comunica, pierde su poder vivificante, su fuerza curativa. Su beneficio no puede conservarse sino compartiéndolo.

Hay que romper la monotonía de nuestro servicio a Dios. Todo miembro de la iglesia debe empeñarse en alguna manera de servir al Maestro. Unos no pueden hacer tanto como otros, pero todos deben esforzarse cuanto les sea posible por hacer retroceder la ola de enfermedad y angustia que azota al mundo. Muchos trabajarían con gusto si se les enseñara cómo empezar. Necesitan instrucción y aliento.

Cada iglesia debe ser escuela práctica de obreros cristianos. Sus miembros deberían aprender a dar estudios bíblicos, a dirigir y enseñar clases en las escuelas sabáticas, a auxiliar al pobre y cuidar al enfermo, y trabajar en pro de los inconversos. Debería haber escuelas de higiene, clases culinarias y para varios ramos de la obra caritativa cristiana. Debería haber no sólo enseñanza teórica, sino también trabajo práctico bajo la dirección de instructores experimentados. Abran los maestros el camino trabajando entre el pueblo, y otros, al unirse con ellos, aprenderán de su ejemplo. Un ejemplo vale más que muchos preceptos.

Cultiven todos sus facultades físicas y mentales en cuanto les sea posible, para trabajar por Dios doquiera su providencia los llame. La misma gracia que de Cristo descendió sobre Pablo y Apolos, y que los hizo notables por sus cualidades espirituales será comunicada hoy a los misioneros cristianos abnegados. Dios quiere que sus hijos tengan inteligencia y conocimiento, para que con inequívoca claridad y gran poder se manifieste su gloria en nuestro mundo.

Los obreros educados y consagrados a Dios pueden servir de una manera más variada y realizar una obra más extensa que los indoctos. La disciplina mental les da mucha ventaja. Pero los que no tienen mucho talento ni vasta ilustración, pueden, no obstante, trabajar provechosamente para otros. Dios quiere valerse de los que están dispuestos a servirle. No es la obra de los más brillantes ni de los más talentosos la que da los mayores resultados ni los más duraderos. Se necesitan hombres y mujeres que hayan oído el mensaje del Cielo. Los más eficientes son los que responden al llamamiento: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí.” Mateo 11:29.

Se necesitan misioneros que lo sean de corazón. Aquel cuyo corazón ha sido conmovido por Dios anhela ganar a los que nunca conocieron el amor divino. La condición en la cual están le hace simpatizar con su aflicción. Sale dispuesto a exponer la vida, enviado e inspirado del Cielo, para desempeñar una obra en que los ángeles puedan cooperar.

Si aquellos a quienes Dios confió grandes talentos del intelecto los consagran a un uso egoísta, quedarán abandonados a su suerte después de un período de prueba. Dios elegirá a hombres que no parecen tan bien dotados, que no tienen mucha confianza en sí mismos, y fortalecerá a los débiles porque creen que él hará por ellos lo que de suyo no pueden hacer. Dios acepta el servicio prestado de todo corazón, y suplirá las deficiencias.

Muchas veces el Señor escogió por colaboradores a hombres que sólo habían obtenido una instrucción limitada en las escuelas. Los tales usaron sus facultades con el mayor celo, y el Señor recompensó su fidelidad en la obra, así como la diligencia y sed de conocimientos de que dieron prueba. Vió sus lágrimas y oyó sus oraciones. Así como su bendición descendió sobre los cautivos en la corte de Babilonia, otorga hoy sabiduría y conocimiento a los que por él trabajan.

Hombres faltos de educación escolar y de humilde situación social, han obtenido, mediante la gracia de Cristo, admirable éxito en la obra de ganar almas para él. El secreto de ese éxito era la confianza que tenían en Dios. Aprendían cada día de Aquel que es admirable en consejo y poderoso en fortaleza.

Tales obreros deben recibir aliento. El Señor los relaciona con otros de más capacidad para llenar los claros que otros dejan. La rapidez con que advierten qué debe hacerse, su prontitud en auxiliar a los necesitados, sus amistosas palabras y acciones, les deparan oportunidades de ser útiles, que de otro modo les serían vedadas. Se acercan a los que están en dificultad, y la influencia persuasiva de sus palabras lleva a Dios a muchas almas temerosas. Su obra denota lo que otros miles de personas podrían hacer si quisieran.

Una vida más amplia

Nada despierta el celo abnegado ni ensancha y fortalece el carácter tanto como el trabajar en beneficio del prójimo. Muchos de los que profesan ser cristianos piensan sólo en sí mismos al buscar relaciones en la iglesia. Quieren gozar de la comunión de la iglesia y de los cuidados del pastor. Se hacen miembros de iglesias grandes y prósperas y se contentan con hacer muy poco por los demás. Así se privan de las bendiciones más preciosas. Muchos obtendrían gran provecho si sacrificaran las agradables relaciones sociales que los incitan al ocio y a buscar la comodidad. Necesitan ir adonde la obra cristiana requiera sus energías y puedan aprender a llevar responsabilidades.

Los árboles que crecen muy juntos no se desarrollan sanos y robustos. El jardinero los transplanta para darles espacio en que medrar. Algo semejante sería de provecho para muchos miembros de las iglesias grandes. Necesitan estar donde se les solicite que dediquen sus energías a un activo esfuerzo por la causa de Cristo. Están en vías de perder su vida espiritual y de volverse inútiles pigmeos por no hacer obra abnegada en pro de los demás. Transplantados a algún campo misionero, crecerían fuertes y vigorosos.

Pero nadie ha de esperar a que le llamen a algún campo distante para comenzar a ayudar a otros. En todas partes hay oportunidades de servir. Alrededor nuestro hay quienes necesitan nuestra ayuda. La viuda, el huérfano, el enfermo y el moribundo, el de corazón quebrantado, el desalentado, el ignorante, y el desechado de la sociedad, todos están a nuestro alcance.

Hemos de considerar nuestro deber especial el de trabajar por nuestros convecinos. Examinad cómo podéis ayudar mejor a los que no se interesan por las cosas religiosas. Al visitar a vuestros amigos y vecinos, manifestad interés por su bienestar espiritual y temporal. Habladles de Cristo, el Salvador que perdona los pecados. Invitad a vuestros vecinos a vuestra casa y leedles trozos de la preciosa Biblia y de libros que expliquen sus verdades. Convidadlos a que se unan con vosotros en canto y oración. En estas pequeñas reuniones, Cristo mismo estará presente, tal como lo prometió, y su gracia tocará los corazones.

Los miembros de la iglesia deberían educarse para esta obra que es tan esencial como la de salvar las almas entenebrecidas que viven en países lejanos. Si algunos sienten responsabilidad para con esas almas lejanas, los muchos que quedan en su propio país han de sentir esa misma preocupación por las almas que los rodean y trabajar con el mismo celo para salvarlas.

Muchos lamentan llevar una vida de horizontes limitados; pero pueden ensancharla y hacerla influyente si quieren. Los que aman a Jesús de corazón, mente y alma, y a su prójimo como a sí mismos, tienen ancho campo en que emplear su capacidad e influencia.

Menudas oportunidades

No desaprovechéis las oportunidades menudas, para aspirar a una obra mayor. Podríais desempeñar con éxito la obra menor, mientras que fracasaríais por completo al emprender la mayor y caeríais en el desaliento. Al hacer lo que os viene a mano desarrollaréis aptitudes para una obra mayor. Por despreciar las oportunidades diarias y descuidar las cosas pequeñas que podrían hacer, muchos se vuelven estériles y mustios.

No dependáis del auxilio humano. Mirad más allá de los seres humanos, a Aquel que fué designado por Dios para que llevara nuestros dolores y tristezas, y para que satisficiera nuestras necesidades. Fiados en la Palabra de Dios, empezad doquiera encontréis algo que hacer y seguid adelante con fe firme. La fe en la presencia de Cristo nos da fuerza y firmeza. Trabajad con abnegado interés, con solícito afán y perseverante energía.

En campos de condiciones tan adversas y desalentadoras que pocos quieren ir allá, se han realizado cambios notables mediante los esfuerzos de obreros abnegados. Con paciencia y perseverancia trabajaron, confiando y descansando no en el poder humano, sino en Dios, cuya gracia los sostuvo. Nunca se conocerá en este mundo todo el bien que hicieron, pero sus benditos resultados se manifestarán en la vida venidera.

Misioneros que se sostienen a sí mismos

En muchas partes pueden trabajar con éxito misioneros que se mantienen a sí mismos. Así trabajó el apóstol Pablo al esparcir el conocimiento de Cristo por todo el mundo. Al par que predicaba el Evangelio cada día en las grandes ciudades de Asia y Europa, trabajaba de artesano para mantenerse a sí mismo y a sus compañeros. Las palabras de despedida que dirigió a los ancianos de Efeso revelan su modo de trabajar y encierran preciosas lecciones para todo obrero evangélico:

“Vosotros sabéis—dijo—cómo, desde el primer día que entré en Asia, he estado con vosotros por todo el tiempo, ... cómo nada que fuese útil he rehuído de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas.... La plata, o el oro, o el vestido de nadie he codiciado. Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario, y a los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando así, es necesario sobrellevar a los enfermos, y tener presente las palabras del Señor Jesús, el cual dijo: Más bienaventurada cosa es dar que recibir.” Hechos 20:18-35.

Hoy son muchos los que, si los embargase el mismo espíritu de desprendimiento, podrían desempeñar en forma similar una buena obra. Salgan juntos dos o más para hacer obra de evangelización. Visiten a la gente, orando, cantando, enseñando, explicando las Escrituras y atendiendo a los enfermos. Algunos pueden sostenerse a sí mismos como colportores, otros, imitando al apóstol, pueden dedicarse a un oficio manual o de otra índole. Al llevar adelante su obra, reconociendo su incapacidad, pero dependiendo humildemente de Dios, obtienen una experiencia bendecida. El Señor Jesús va delante de ellos, de modo que tanto entre los ricos como entre los pobres encuentran buena voluntad y ayuda.

A los que se han preparado para la obra médico-misionera en el extranjero, se les ha de alentar a ir sin demora adonde esperan trabajar, y poner manos a la obra entre el pueblo, aprendiendo el idioma al paso que trabajan. Pronto podrán enseñar las sencillas verdades de la Palabra de Dios.

Por todo el mundo se necesitan mensajeros de la gracia. Conviene que familias cristianas vayan a vivir en poblaciones sumidas en las tinieblas y el error, que entren en campos extranjeros, conozcan las necesidades de sus semejantes y trabajen por la causa del Maestro. Si se estableciesen familias tales en puntos tenebrosos de la tierra, donde la gente está rodeada de tinieblas espirituales, para dejar que por su medio brillase la luz de la vida de Cristo, ¡cuán noble obra se realizaría!

Esta obra requiere abnegación. Mientras que muchos aguardan que se quite todo obstáculo, su trabajo queda por hacer, y siguen muriendo las muchedumbres sin esperanza y sin Dios. Hay algunos que, por el aliciente de las ventajas comerciales, o para adquirir conocimientos científicos, se arriesgan a penetrar en regiones aún no colonizadas, y con valor soportan sacrificios y penalidades; pero ¡cuán pocos son los que por amor a sus semejantes consienten en llevar a sus familias a regiones necesitadas del Evangelio!

El verdadero ministerio consiste en llegar a todas las gentes, cualquiera que sea su situación o condición, y ayudarlas de toda forma posible. Mediante tal esfuerzo podéis conquistar los corazones y obtener acceso a las almas que perecen.

En todo vuestro trabajo, recordad que estáis unidos con Cristo y que sois parte del gran plan de la redención. El amor de Cristo debe fluir por vuestra conducta como un río de salud y vida. Mientras procuráis atraer a otros al círculo del amor de Cristo, la pureza de vuestro lenguaje, el desprendimiento de vuestro servicio, y vuestro comportamiento gozoso han de atestiguar el poder de su gracia. Dad al mundo una representación de Cristo tan pura y justa, que los hombres puedan contemplarle en su hermosura.

Poca utilidad tiene el intento de reformar a los demás atacando de frente lo que consideremos malos hábitos suyos. Tal proceder resulta a menudo más perjudicial que benéfico. En su conversación con la samaritana, en vez de desacreditar el pozo de Jacob, Cristo presentó algo mejor. “Si conocieses el don de Dios—dijo,—y quién es el que te dice: Dame de beber: tú pedirías de él, y él te daría agua viva.” Juan 4:10. Dirigió la plática al tesoro que tenía para regalar y ofreció a la mujer algo mejor de lo que ella poseía: el agua de vida, el gozo y la esperanza del Evangelio.

Esto ilustra la manera en que nos toca trabajar. Debemos ofrecer a los hombres algo mejor de lo que tienen, es decir la paz de Cristo, que sobrepuja todo entendimiento. Debemos hablarles de la santa ley de Dios, trasunto fiel de su carácter y expresión de lo que él desea que lleguen a ser. Mostradles cuán infinitamente superior a los goces y placeres pasajeros del mundo es la imperecedera gloria del cielo. Habladles de la libertad y descanso que se encuentran en el Salvador. Afirmó: “El que bebiere del agua que yo le daré, para siempre no tendrá sed.” Vers. 14.

Levantad en alto a Jesús y clamad: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” Juan 1:29. El solo puede satisfacer el ardiente deseo del corazón y dar paz al alma.

De todos los habitantes del mundo, los reformadores deben ser los más abnegados, bondadosos y corteses. En su vida debe manifestarse la verdadera bondad de las acciones desinteresadas. El que al trabajar carece de cortesía, que se impacienta por la ignorancia y aspereza de otros, que habla descomedidamente u obra atolondradamente, puede cerrar la puerta de los corazones de modo que nunca podrá llegar a ellos.

Como el rocío y las lluvias suaves caen sobre las plantas agostadas, caigan también con suavidad vuestras palabras cuando procuréis sacar a los hombres del error. El plan de Dios consiste en llegar primero al corazón. Debemos decir la verdad con amor, confiados en que él le dará poder para reformar la conducta. El Espíritu Santo aplicará al alma la palabra dicha con amor.

Por naturaleza somos egoístas y tercos. Pero si aprendemos las lecciones que Cristo desea darnos, nos haremos partícipes de su naturaleza, y de entonces en adelante viviremos su vida. El ejemplo admirable de Cristo, la incomparable ternura con que compartía los sentimientos de los demás, llorando con los que lloraban, regocijándose con los que se regocijaban, deben ejercer honda influencia en el carácter de los que le siguen con sinceridad. Con palabras y actos bondadosos tratarán de allanar el camino para los pies cansados.

“El Señor Jehová me dió lengua de sabios, para saber hablar en sazón palabra al cansado.” Isaías 50:4.

En derredor nuestro hay almas afligidas. En cualquier parte podemos encontrarlas. Busquémoslas y digámosles una palabra oportuna que las consuele. Seamos siempre canales por donde fluyan las refrigerantes aguas de la compasión.

En todas nuestras relaciones hemos de tener presente que en la experiencia ajena hay capítulos sellados en que no penetran las miradas de los mortales. En las páginas del recuerdo hay historias tristes que son inviolables para los ojos ajenos. Hay consignadas allí largas y rudas batallas libradas en circunstancias críticas, tal vez dificultades de familia que día tras día debilitan el ánimo, la confianza y la fe. Los que pelean la batalla de la vida contra fuerzas superiores pueden recibir fortaleza y aliento merced a menudas atenciones que sólo cuestan un esfuerzo de amor. Para ellos, el fuerte apretón de mano de un amigo verdadero vale más que oro y plata. Las palabras de bondad son tan bien recibidas como las sonrisas de ángeles.

Hay muchedumbres que luchan con la pobreza, obligadas a trabajar arduamente por modestos salarios, que alcanzan apenas a satisfacer las primeras necesidades de la vida. Los afanes y privaciones, sin esperanza de mejora, hacen muy pesadas sus cargas. Cuando a esto se añaden los dolores y la enfermedad, la carga resulta casi insoportable. Oprimidos y agobiados, no saben dónde buscar alivio. Simpatícese con ellos en sus pruebas, sus congojas y sus desengaños. Esto abrirá camino para ayudarles. Hábleseles de las promesas de Dios, órese con ellos y por ellos, infúndaseles esperanza.

Las palabras de afabilidad y aliento dichas cuando el alma está enferma y débil el pulso de su ser moral, las considera el Salvador como si se las dijeran a él mismo. Cuando los corazones son así alentados, los ángeles del cielo se deleitan en contemplarlo.

De siglo en siglo el Señor ha procurado despertar en las almas de los hombres el sentido de su fraternidad divina. Cooperad con él. Mientras que la desconfianza y la desunión llenan el mundo, tócales a los discípulos de Cristo revelar el espíritu que reina en los cielos.

Hablad como él hablaría, obrad como él obraría. Revelad continuamente la dulzura de su carácter. Revelad aquellos tesoros de amor que son la base de todas sus enseñanzas y de todo su trato con los hombres. En colaboración con Cristo, los obreros más humildes pueden pulsar cuerdas cuyas vibraciones se percibirán hasta en los confines de la tierra y harán oír sus melodías por los siglos de la eternidad.

Los seres celestiales aguardan para cooperar con los agentes humanos, a fin de revelar al mundo lo que pueden llegar a ser los humanos, y lo que, mediante la unión con lo divino, puede llevarse a cabo para la salvación de las almas que están a punto de perecer. No tiene límite la utilidad de quien, poniendo el yo a un lado, da lugar a la obra del Espíritu Santo en su corazón y lleva una vida dedicada por completo a Dios. Todo aquel que consagra su cuerpo, su alma y su espíritu al servicio de Dios recibirá continuamente nuevo caudal de poder físico, mental y espiritual. Las inagotables reservas del cielo están a su disposición. Cristo le anima con el soplo de su propio Espíritu, y le infunde la vida de su propia vida. El Espíritu Santo hace obrar sus mayores energías en la mente y en el corazón. Mediante la gracia que se nos otorga podemos alcanzar victorias que nos parecían imposibles por causa de nuestros errores, nuestros preconceptos, las deficiencias de nuestro carácter y nuestra escasa fe.

Todo aquel que se ofrece para el servicio del Señor, sin negarle nada, recibe poder para alcanzar resultados incalculables. Por él hará Dios grandes cosas, y obrará de tal modo en las mentes de los hombres, que aun en este mundo se verá realizada en sus vidas la promesa del estado futuro.

“Alegrarse han el desierto y la soledad:
el yermo se gozará, y florecerá como la rosa”.
Florecerá profusamente, y también se alegrará y cantará con
júbilo:
la gloria del Líbano le será dada,
la hermosura de Carmel y de Sarón.
Ellos verán la gloria de Jehová,
la hermosura del Dios nuestro.

“Confortad a las manos cansadas,
roborad las vacilantes rodillas”.
Decid a los de corazón apocado: Confortaos, no temáis:
He aquí ... vuestro Dios....

“Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos,
y los oídos de los sordos se abrirán”.
Entonces el cojo saltará como un ciervo,
y cantará la lengua del mudo;
porque aguas serán cavadas en el desierto,
y torrentes en la soledad.

“El lugar seco será tornado en estanque,
y el secadal en manaderos de aguas....”
Y habrá allí calzada y camino,
y será llamado Camino de Santidad; no pasará por él inmundo;
y habrá para ellos en él quien los acompañe,
de tal manera que los insensatos no yerren.

“No habrá allí león,
ni bestia fiera subirá por él,
ni allí se hallará,
para que caminen los redimidos.
Y los redimidos de Jehová volverán,
y vendrán a Sión con alegría;
y gozo perpetuo será sobre sus cabezas;
y retendrán el gozo y alegría,
y huirá la tristeza y el gemido.” Isaías 35.

Ayuda para los tentados

No porque le hayamos amado primero nos amó Cristo a nosotros; sino que “siendo aún pecadores,” él murió por nosotros. No nos trata conforme a nuestros méritos. Por más que nuestros pecados hayan merecido condenación no nos condena. Año tras año ha soportado nuestra flaqueza e ignorancia, nuestra ingratitud y malignidad. A pesar de nuestros extravíos, de la dureza de nuestro corazón, de nuestro descuido de su Santa Palabra, nos alarga aún la mano.

La gracia es un atributo de Dios puesto al servicio de los seres humanos indignos. Nosotros no la buscamos, sino que fué enviada en busca nuestra. Dios se complace en concedernos su gracia, no porque seamos dignos de ella, sino porque somos rematadamente indignos. Lo único que nos da derecho a ella es nuestra gran necesidad.

Por medio de Jesucristo, el Señor Dios tiende siempre su mano en señal de invitación a los pecadores y caídos. A todos los quiere recibir. A todos les da la bienvenida. Se gloría en perdonar a los mayores pecadores. Arrebatará la presa al poderoso, libertará al cautivo, sacará el tizón del fuego. Extenderá la cadena de oro de su gracia hasta las simas más hondas de la miseria humana, y elevará al alma más envilecida por el pecado.

Todo ser humano es objeto del interés amoroso de Aquel que dió su vida para convertir a los hombres a Dios. Como el pastor de su rebaño, cuida de las almas culpables y desamparadas, expuestas a la aniquilación por los ardides de Satanás.

El ejemplo del Salvador debe servirnos de modelo para nuestro servicio en pro de los tentados y extraviados. Hemos de manifestar para con los demás el mismo interés, la misma ternura y longanimidad que él manifestó hacia nosotros. “Como os he amado—dice,—que también os améis los unos a los otros.” Juan 13:34. Si Cristo mora en nosotros, manifestaremos su abnegado amor para con todos aquellos con quienes tratemos. Cuando veamos a hombres y mujeres necesitados de simpatía y ayuda, no nos preguntaremos si son dignos, sino cómo podemos beneficiarles.

Ricos y pobres, grandes y humildes, libres y esclavos, son la heredad de Dios. Aquel que dió su vida para redimir al hombre ve en cada ser humano un tesoro de valor inestimable. Por el misterio y la gloria de la cruz podemos discernir qué valor atribuía él al alma. Cuando lo hagamos, comprenderemos que los seres humanos, por degradados que estén, costaron demasiado para que los tratemos con frialdad o desprecio. Nos daremos cuenta de lo importante que es trabajar en pro de nuestros semejantes para que puedan ser elevados hasta el trono de Dios.

En la parábola del Salvador, aunque la dracma perdida estaba en el polvo y la basura, no dejaba de ser una moneda de plata. Su dueña la buscó porque tenía valor. Así también toda alma, por degradada que esté por el pecado, es preciosa a la vista de Dios. Como la moneda llevaba la imagen y la inscripción del monarca reinante, así también el hombre cuando fué creado recibió la imagen y la inscripción de Dios. Aunque empañada y deteriorada por el pecado, el alma humana guarda aún vestigios de dicha inscripción. Dios desea recuperar esta alma, y estampar nuevamente en ella su propia imagen en justicia y santidad.

¡Cuán poco simpatizamos con Cristo en aquello que debiera ser el lazo de unión más fuerte entre nosotros y él, esto es, la compasión por los depravados, culpables y dolientes, que están muertos en delitos y pecados! La inhumanidad del hombre para con el hombre es nuestro mayor pecado. Muchos se figuran que están representando la justicia de Dios, mientras que dejan por completo de representar su ternura y su gran amor. Muchas veces aquellos a quienes tratan con aspereza y severidad están pasando por alguna violenta tentación. Satanás se está ensañando en aquellas almas, y las palabras duras y desapiadadas las desalientan y las hacen caer en las garras del tentador.

Delicada cosa es tratar con las mentes. Sólo Aquel que lee en el corazón sabe llevar a los hombres al arrepentimiento. Sólo su sabiduría nos proporcionará éxito en alcanzar a los perdidos. Podéis erguiros, imaginándoos ser más santos que ellos, y por acertado que sea vuestro razonamiento o veraz vuestra palabra, no conmoverán los corazones. El amor de Cristo, manifestado en palabras y obras, se abrirá camino hasta el alma, cuando de nada valdría la reiteración de preceptos y argumentos.

Necesitamos más simpatía cristiana; y no simplemente simpatía para con aquellos que nos parecen sin tacha, sino para con los pobres y los que padecen, para con las almas que luchan y son muchas veces sorprendidas en sus faltas, para con los que van pecando y arrepintiéndose, los tentados y desalentados. Debemos allegarnos a nuestros semejantes, conmovidos, como nuestro misericordioso Sumo Sacerdote, por sus flaquezas.

Era el desechado, el publicano y el pecador, el despreciado de las naciones, a quien Cristo llamaba, y a quien su ternura amorosa apremiaba para que acudiese a él. La única clase de gente a quien él nunca quiso favorecer era la de los que se engreían por amor propio, y menospreciaban a los demás.

“Vé por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar—nos manda Cristo,—para que se llene mi casa.” En obediencia a esta palabra hemos de buscar a los paganos que están cerca de nosotros, y a los que están lejos. Los “publicanos y las rameras” han de oír la invitación del Salvador. Mediante la bondad y la longanimidad de sus mensajeros, la invitación es un poder compulsor para levantar a los que están sumidos en las últimas profundidades del pecado.

Los móviles cristianos requieren que trabajemos con firme propósito, interés inapagable y empeño siempre creciente por las almas a quienes Satanás procura destruir. Nada debe entibiar la fervorosa energía con que trabajamos en pro de la salvación de los perdidos.

Nótese cómo en toda la Palabra de Dios se manifiesta el espíritu de insistencia que suplica a los hombres a que acudan a Cristo. Debemos aprovechar toda oportunidad, en privado y en público, para presentar todo argumento e insistir con razones de alcance infinito a fin de atraer a los hombres al Salvador. Con toda nuestra fuerza hemos de instarlos para que miren a Jesús y acepten su vida de abnegación y sacrificio. Debemos mostrarles que esperamos verlos alegrar el corazón de Cristo haciendo uso de cada uno de sus dones para honrar su nombre.

“En esperanza somos salvos.” Romanos 8:24. Hay que inducir a los caídos a que sientan que no es demasiado tarde para ser hombres. Cristo honró al hombre con su confianza, y así le puso en la obligación de ser fiel a su honor. Aun a aquellos que habían caído más bajo los trataba con respeto. Era un dolor continuo para Cristo arrostrar la hostilidad, la depravación y la impureza; pero nunca dijo nada que denotase que su sensibilidad había sido herida u ofendido su gusto refinado. Cualesquiera que fueran los hábitos viciosos, los fuertes prejuicios o las pasiones despóticas de los seres humanos, siempre les hacía frente con ternura compasiva. Al participar de su Espíritu, miraremos a todos los hombres como a hermanos, que sufren las mismas tentaciones y pruebas que nosotros, que caen a menudo y se esfuerzan por levantarse, que luchan con desalientos y dificultades, y que anhelan simpatía y ayuda. Entonces los trataremos de tal manera que no los desalentemos ni los rechacemos, sino que despertemos esperanza en sus corazones. Al ser así alentados, podrán decir con confianza: “Tú, enemiga mía, no te huelgues de mí: porque aunque caí, he de levantarme; aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz.” El juzgará mi causa y hará “mi juicio, ... me sacará a luz; veré su justicia.” Miqueas 7:8, 9.

Dios “miró sobre todos los moradores de la tierra.
El formó el corazón de todos ellos.” Salmos 33:14, 15.

Al tratar nosotros con los tentados y extraviados, nos manda: Considérate “a ti mismo, porque tú no seas también tentado.” Gálatas 6:1. Si sentimos nuestras propias flaquezas, nos compadeceremos de las flaquezas ajenas.

“Porque, ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido?” 1 Corintios 4:7. “Uno es vuestro Maestro; ... y todos vosotros sois hermanos.” Mateo 23:8. “¿Por qué juzgas a tu hermano? o tú también, ¿por qué menosprecias a tu hermano?” “Así que, no juzguemos más los unos de los otros: antes bien juzgad de no poner tropiezo o escándalo al hermano.” Romanos 14:10, 13.

Es siempre humillante que se nos señalen nuestros errores. Nadie debe amargar tan triste experiencia con censuras innecesarias. Nadie fué jamás regenerado con oprobios, pero éstos han repelido a muchos y los indujeron a endurecer sus corazones contra todo convencimiento. La ternura, la mansedumbre y la persuasión pueden salvar al extraviado y cubrir multitud de pecados.

El apóstol Pablo veía la necesidad de reprobar el mal, pero ¡con cuánto cuidado procuraba manifestar que era amigo de los extraviados! ¡Con cuánta ansiedad les explicaba el motivo de su proceder! Les daba a entender que sentía mucho afligirlos. Demostraba su confianza y simpatía para con los que luchaban por vencer.

“Porque por la mucha tribulación y angustia del corazón—decía—os escribí con muchas lágrimas; no para que fueseis contristados, mas para que supieseis cuánto más amor tengo para con vosotros.” 2 Corintios 2:4. “Porque aunque os contristé por la carta, no me arrepiento, bien que me arrepentí; ... ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento.... Porque he aquí, esto mismo que según Dios fuisteis contristados, cuánta solicitud ha obrado en vosotros, y aun defensa, y aun enojo, y aun temor, y aun gran deseo, y aun celo, y aun vindicación. En todo os habéis mostrado limpios en el negocio.... Por tanto, tomamos consolación de vuestra consolación.” 2 Corintios 7:8-13.

“Me gozo de que en todo estoy confiado de vosotros.” Vers. 16. “Doy gracias a mi Dios en toda memoria de vosotros, siempre en todas mis oraciones haciendo oración por todos vosotros con gozo, por vuestra comunión en el evangelio, desde el primer día hasta ahora: estando confiado de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo; como me es justo sentir esto de todos vosotros, por cuanto os tengo en el corazón.” “Así que, hermanos míos amados y deseados, gozo y corona mía, estad así firmes en el Señor, amados.” “Ahora vivimos, si vosotros estáis firmes en el Señor.” Filipenses 1:3-7; 4:1; 1 Tesalonicenses 3:8.

Pablo escribía a estos hermanos como “a santos en Cristo Jesús,” pero no escribía a personas de carácter perfecto. Les escribía como a hombres y mujeres que luchaban con la tentación, y que corrían peligro de caer. Dirigía las miradas de ellos al “Dios de paz que sacó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran Pastor de las ovejas.” Les aseguraba que “por la sangre del testamento eterno” Dios los haría “aptos en toda obra buena para” cumplir “su voluntad,” pues haría él mismo en ellos lo que fuese “agradable delante de él por Jesucristo.” Hebreos 13:20, 21.

Cuando el que ha cometido una falta se da cuenta de su error, guardaos de destruir su estima propia. No le desalentéis con vuestra indiferencia o desconfianza. No digáis: “Antes de depositar en él mi confianza, voy a esperar para ver si permanece firme.” Muchas veces es precisamente esta desconfianza la que hace tropezar al tentado.

Deberíamos tratar de comprender la flaqueza de los demás. Poco sabemos de las pruebas que soporta el corazón de los que han estado encadenados en las tinieblas, y a quienes faltan resolución y fuerza moral. Por demás de lamentar es la condición del que sufre remordimiento; está como quien, aturdido y tambaleante, se hundiese en el polvo. No puede ver nada con claridad. Tiene el espíritu nublado, no sabe qué pasos dar. Muchos viven sin que nadie los entienda ni los aprecie, llenos de desesperación y de angustia, como pobres ovejas perdidas y descarriadas. No pueden encontrar a Dios, y sin embargo tienen ansias intensas de obtener perdón y paz.

¡Ah! ¡no les digáis una sola palabra que ahonde su dolor! Al que se siente apesadumbrado por una vida de pecado, pero que no sabe dónde encontrar alivio, presentadle al Salvador compasivo. Tomadle de la mano, levantadle, decidle palabras de aliento y de esperanza. Ayudadle a asirse de la mano del Salvador.

Nos dejamos desalentar con demasiada facilidad respecto a los que no corresponden en el acto a los esfuerzos que hacemos por ellos. No debemos jamás dejar de trabajar por una alma mientras quede un rayo de esperanza. Las preciosas almas costaron al Redentor demasiados sacrificios para que queden abandonadas así al poder del tentador.

Debemos ponernos en el lugar de los tentados. Consideremos la fuerza de la herencia, la influencia de las malas compañías, el poder de los malos hábitos. ¿Qué tiene de extraño que bajo semejantes influencias muchos se degraden? ¿Debe sorprendernos que no se apresuren a corresponder a los esfuerzos que se hacen para levantarlos?

Muchas veces, luego de ganados al Evangelio, los que parecían toscos y poco promisorios, llegan a ser sus partidarios y defensores más leales y ardientes. No estaban del todo corrompidos. Bajo una apariencia repulsiva, hay en ellos buenos impulsos que se pueden despertar. Sin una mano que les ayude, muchos no lograrán jamás reponerse moralmente; pero mediante esfuerzos pacientes y constantes se los puede levantar. Necesitan palabras de ternura, benevolente consideración, ayuda positiva. Necesitan consejos que no apaguen en sus almas el último pábilo de aliento. Tengan esto en cuenta los obreros de Jesús que traten con ellos.

Hallaránse algunos con las mentes envilecidas por tanto tiempo que nunca llegarán a ser en esta vida lo que hubieran podido ser si hubiesen vivido en mejores circunstancias. Pero los brillantes rayos del Sol de justicia pueden alumbrar sus almas. Tienen el privilegio de poseer la vida que puede medirse con la vida de Dios. Sembrad en sus mentes pensamientos que eleven y ennoblezcan. Hacedles ver por vuestra vida la diferencia entre el vicio y la pureza, entre las tinieblas y la luz, y por vuestro ejemplo lo que significa ser cristiano. Cristo puede levantar a los más pecadores, y ponerlos donde se les reconozca por hijos de Dios y coherederos con Cristo de la herencia inmortal.

Por el milagro de la gracia divina, muchos pueden prepararse para una vida provechosa. Despreciados y desamparados, cayeron en el mayor desaliento y pueden parecer estoicos e impasibles. Pero bajo la influencia del Espíritu Santo, se desvanecerá la estupidez que hace parecer imposible su levantamiento. La mente lerda y nublada despertará. El esclavo del pecado será libertado. El vicio desaparecerá, y la ignorancia quedará vencida. La fe que obra con amor purificará el corazón e iluminará la mente.