EL SECRETO ADVENTISTA PARA VIVIR 100 AÑOS
El misterioso pueblo que tiene la mayor longevidad de Estados Unidos
Loma Linda, en California, tiene 24.000 habitantes y la mitad pertenece a la Iglesia Adventista del Séptimo Día.
Su buena salud responde a "una mezcla compleja de religiosidad, estilo de vida, ejercicio y apoyo social", dicen expertos.
En un mundo en el que el costo de la
epidemia de obesidad iguala al del tabaco y los conflictos armados, es
sorprendente encontrar una comunidad que no se ajusta a esta tendencia.
El pueblo de Loma Linda, en California, Estados Unidos, se
encuentra en un paisaje urbano de restaurantes de comida rápida y pequeños
comercios. Pero este lugar tiene un envidiable récord de habitantes que
viven hasta edades muy avanzadas y sin enfermedades crónicas.
Diversos estudios han mostrado que los habitantes de este pueblo
viven hasta 10 años más que la mayoría de los estadounidenses, y gozan de mejor
salud en la vejez. La
razón de esta extraordinaria longevidad podría residir en su fe.
Alrededor de la
mitad de los 24.000 habitantes del pueblo son miembros de la Iglesia Adventista
del Séptimo Día. Se trata de una comunidad cristiana
evangélica que sigue unas reglas
estrictas de alimentación, ejercicio y descanso.
"Los datos son claros, han sido publicados y revisados",
dice Wayne Dysinger, director del
departamento de Medicina Preventiva en la Escuela de Medicina de la Universidad
de Loma Linda.
"No hay duda que la gente con
un estilo de vida como el suyo vive más años", explica Dysinger.
Loma Linda está unos 100 kilómetros
al este de Los Ángeles. A principios del siglo XX, los fundadores de la
Iglesia Adventista del Séptimo Día adquirieron propiedades en la zona.
Ellen White, una mujer diminuta de poderosa personalidad, fue una
prolífica autora e inspiró las enseñanzas de esta iglesia en materia de dieta,
ejercicio y estilo de vida. White decía que sus creencias se basaban en
experiencias visionarias, sueños y conversaciones con Dios.
"Llamaba al tabaco un veneno
lento, insidioso y maligno, ya en 1864", dice Richard Schaefer,
historiador en la sección de archivos de la universidad. Esto fue 100 años
antes de que las autoridades de salud de Estados Unidos trataran por primera
vez este tema.
El historiador Richard Schaefer destaca la figura
de Ellen White, una de las pioneras de Loma Linda, quien advirtió mucho antes
que la ciencia sobre los peligros del alcohol, el tabaco y la sal. (Foto: BBC
Mundo)
White, que tenía poca educación formal, mantuvo que el alcohol perjudica el cerebro y también
escribió sobre los peligros de consumir demasiada sal.
Los adventistas creen que su longevidad está vinculada con el
respeto al cuerpo humano como templo del espíritu sagrado.
La forma de vida adventista incluye una dieta vegetariana en su
mayor parte, ejercicio físico frecuente y un compromiso de celebrar el Sabbath
como día de descanso.
Un largo estudio empezado en 1976 y llevado a cabo con 34.000
personas concluyó que las
costumbres adventistas aumentan los años de vida con respecto a la media.
Los investigadores encontraron "sorprendentes" efectos
protectores de la dieta vegetariana.
"Cuando observamos los patrones de mortalidad, parece que los
adventistas mueren por las mismas enfermedades pero en una edad mucho más
avanzada", explica Larry Beeson, profesor de Epidemiología en la
Universidad de Loma Linda, que ha participado en
investigaciones sobre los adventistas durante más de 50 años.
El profesor mantiene que la buena salud de esta comunidad se basa en algo más que la
dieta. Es una mezcla compleja de religiosidad, espiritualidad y la forma
de entender su creencia en Dios combinada con otros componentes del estilo de
vida, como el ejercicio y el apoyo social.
Las hábitos de salud del pueblo están influidos por
los preceptos de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. (Foto: National
Geographic)
Cuando me encontré con Betty
Streifling estaba levantando pesas en un gimnasio. La mujer, de 101 años,
vive en una comunidad de ancianos que se cuidan a sí mismos. La media de edad
es de 90.
Streifling vive en su propio apartamento, una casa acogedora llena
de recuerdos familiares y muebles fabricados por su último marido. Practica ejercicio cinco veces a la
semana y cada mañana se da un paseo.
Para ella, su longevidad se debe a "una vida pura, sin
alcohol, sin tabaco" y a "acostarme pronto, rezar a Dios por su
bondad y por la bendición de la vida".
Cada viernes por la noche Loma Linda se queda en silencio. El sábado, los adventistas no hacen nada que
pueda considerarse trabajo. Esto incluye navegar por
internet o, en algunos casos, mirar la televisión. Para la mayoría, el sábado es un día para
recuperarse de la semana y estar con la familia y los amigos.
En Loma Linda se puede comprar una hamburguesa y papas fritas,
aunque el ayuntamiento prohibió el año pasado el establecimiento de
"cadenas de restaurantes de comida rápida que ofrezcan servicio para
recoger con auto".
La decisión se tomó para
"proteger la salud pública, la seguridad y el bienestar" de los
residentes.
También hay florecientes mercados de
productores y tiendas de comida sana que venden frutos secos y verduras.
Aunque el estilo de vida de Loma Linda parece ser una poderosa
receta de bienestar, no es algo que acepta todo el mundo. Muchos
adventistas reconocen que hay distintos niveles de cumplimiento de las reglas
sociales y de dieta marcadas por la iglesia.
Pero hay pocas dudas de que esta comunidad está viviendo más que
otras. Y podría ser un modelo persuasivo
para un mundo que lucha contra la obesidad, la diabetes y las enfermedades
crónicas de la vejez.
¿Creería que usted puede agregarle 10 años a su vida?
Una vida larga y saludable no es un accidente. Comienza con
“buenos”
genes, pero también depende de los buenos hábitos que se tengan.
Según
los expertos, si se adopta el estilo de vida correcto, existen muchas
probabilidades de que se pueda vivir un decenio más. En los
últimos años,
los investigadores han escudriñado el mundo para buscar
los secretos de una
larga vida. En Cerdeña, Italia, un equipo
de demógrafos
encontrón un foco de longevidad en los pueblos montañeses,
donde los hombres
llegan a los 100 años en una proporción asombrosa.
En las islas de Okinawa, Japón, otro equipo examinó a un
grupo de
personas que se encuentra entre quienes más han vivido en la
Tierra.
Y en Loma Linda, California, los investigadores
estudiaron
a un grupo de Adventistas del séptimo Día que se
distinguía por su longevidad.
Los habitantes de estos tres lugares
producen el porcentaje más alto de
centenarios, padecen una fracción de las
enfermedades que normalmente
matan a las personas en otras partes del mundo
industrialmente avanzado
y disfrutan de una mayor cantidad de años de vida
saludable.
El año pasado, cuando cumplió 100 años, Marge Jetton renovó su licencia
de conducir por cinco años más. Pero lo que realmente la mantiene activa,
según nos dice, es su fe cristiana. Ella, al igual que otros Adventistas
del Séptimo Día- que evitan la comida chatarra y la cafeína- tienden a vivir
entre cuatro y diez años más que el promedio de los californianos.
“Necesitamos alguien que nos guíe en esta vida, y necesitamos tener grandes
esperanzas”. Dice Marge. “Dios es un buen amigo”
Es viernes por la mañana y Marge Jetton conduce por
la autopista de
San Bernardino en su Cadillac Seville color malva.
Escudriña el pasaje a
través de sus anteojos oscuros, mientras su cabeza apenas
sobrepasa el volante.
Marge, quien en septiembre cumplió 101 años, va retrasada para uno
de
los varios trabajos voluntarios que tiene el día de hoy y conduce
rápidamente.
Esta mañana ya ha caminado un kilómetro y medio, ha
levantado pesas y
ha desayunado su avena. “No sé bien por qué el Señor me
ha concedido el
privilegio de vivir tanto”, dice, señalándose a sí misma.
“Pero mire lo que
ha hecho”. Puede que Dios tenga o no tenga que ver con
la vitalidad de Martge,
pero su religión, seguro que sí.
Marge es una Adventista del Séptimo Día. Estamos en Loma Linda,
California,
a medio camino entre Palm Springs y Los Angeles. Aquí,
rodeada de naranjos
y normalmente cubierta por un smog color mostaza, vive una
muy
estudiada comunidad de Adventistas Séptimo Día.
La Iglesia Adventista siempre ha predicado y practicado un mensaje de
salud:
prohíbe expresamente fumar, consumir alcohol y la ingestión de
alimentos
bíblicamente “contaminantes”. “La dieta que el Creador
escogió para nosotros
está constituida por granos, frutas, nueces y vegetales”,
escribió Ellen White,
una lider influyente que ayudó a conformar la
Iglesia Adventista.
Los adventistas también cumplen con el Shabat, interactuando socialmente
con otros miembros de la iglesia y disfrutando de un “tiempo de sacralizad”
que
les ayuda a liberar el estrés. En la actualidad, la mayoría de los
adventistas
sigue el estilo de vida prescrito, un testimonio quizás de lo
saludable que
resulta mezclar la salud con la religión.
Entre 1976 y 1988, los institutos nacionales para la Salud de Estados
Unidos patrocinaron un estudio de 34 mil adventistas de California, para
ver si
su estilo de vida, orientado hacia la salud, incidía en sus expectativas
de
vida y en los riesgos de enfermedades del corazón y de cáncer. El estudio
encontró que el hábito de los adventistas de comer habichuelas, leche de soya,
tomates y otros frutos disminuía su riesgo de contraer ciertos tipos de
cáncer. También sugería que consumir pan de trigo entero, tomar cinco
vasos
de agua al día, y, lo más sorprendente, el consumo de cuatro porciones de
nueces por semana, reducía el riesgo de contraer enfermedades del corazón.
Otra conclusión fue que no comer carnes rojas había coadyuvado para evitar
tanto el cáncer como las enfermedades del corazón.
Al final, el estudio llegó a una asombrosa conclusión, afirma Gary
Fraser
de la Universidad de Loma Linda: el adventista vegetariano promedio
vive
entre cuatro y 10 años más que el californiano promedio.
Me reúno con Marge en un salón de belleza en Redlands. Cada
viernes, en
los últimos 20 años, no ha faltado a su cita de las 8 a.m. con su
estilista,
Barbara Millar.
Cuando llego, Marge hojea una copia del Reader’s Digest,
mientras Bárbara le
alisa un mechón de cabellos plateados. “¡Llegas tarde!”, me
grita.
“Somos un montón de dinosaurios aquí”, me susurra Bárbara. “Eso lo serás
tu”, le contesta, enérgica, Marge. “Yo no.”
Media hora más tarde, con el cabello luciendo como un copo de algodón,
Marge me lleva hasta su coche. No camina, sino que
sale pitando con un
aire de autosuficiencia. “Súbete, me ordena, Me puedes ayudar”. Vamos hacia
Loma Linda, a un hogar de atención
diurna para ancianos, muchos de los cuales
son varias décadas más jóvenes que
Marge.
Marge abre la cajuela del coche y carga cuatro montones de revistas que
reunión durante la semana. “Los ancianitos de aquí las leen y recortan las
fotografías
para hacer manualidades”, me explica. ¿Ancianitos?
Próxima parada: entregar botellas reciclables a una mujer que vive de la
asistencia social y quien luego las cambiará por el dinero de los
depósitos.
En el camino,
Marge me cuenta que ella nació pobre, hija de un
criador y domador de mulas y
de una ama de casa de Yuba City, en
California. Trabajó como enfermera, mantuvo
a su marido para que
estudiara medicina, y crió a dos hijos. Su esposo James murió
dos días
antes de cumplir 77 años de casados. “Por supuesto que de vez en cuando
me siento sola, pero para mi eso siempre ha sido un signo de que debo
levantarme
e ir a ayudar a alguien”
Como muchos adventistas, Marge pasa la mayor parte de su tiempo
con
otros correligionarios. “Es difícil tener amigos que no sean adventistas”,
dice.
“¿Dónde los puede conocer uno? No hacemos las mismas cosas.”
Como resultado de
esto, según afirman los investigadores, los adventistas
aumentan sus posibilidades de
longevidad al asociarse con personas que
refuerzan sus costumbres saludables.
Al atardecer ya de regreso en Linda Valley Villa, la comunidad
de
adventistas retirados donde vive, Marge me invita a almorzar.
Nos
sentamos aparte,
pero una serie de vecinos se acercan a saludar.
Mientras
comemos un guisado de tofu y una ensalada verde mixta, le pido a
Marge que
comparta conmigo su sabiduría de longevidad.
“No he comido carne en 50 años y no como nunca entre comidas”,
me dice,
mientras le da unos golpecitos a sus dientes perfectos. “Son todos
míos”.
Su trabajo voluntario le ayuda a sobrellevar la soledad que sufren
los adultos mayores y le
brinda, a la vez, una fuente de motivación, que
también es algo de lo
que están imbuidas
las vidas de otros centenarios
exitosos. “Hace mucho tiempo me di cuenta
que tenía que
salir al mundo”, me
dice. “Hace mucho tiempo me di cuenta que tenía que
salir al mundo”,
me dice.
“El mundo no iba a venir a mi”.
Tengo una última pregunta para Marge. Después de haber
entrevistado
a más de 50 centenarios en tres continentes, los encontré a todos
muy agradables.
No hallé ni un gruñón en el grupo. ¿Cuál es el
secreto para un siglo de simpatía?
“Bueno, me gusta hablar con la gente.
Veo a los extraños como
amigos a los que aún no he conocido”.
Hace una pausa meditativa.
“Aunque
quizás, la gente me pueda mirar y decirse:
¿Por qué esa mujer no se queda
callada?”
Celebrar la vida
“La Biblia nos dice que no comamos cerdo”, dice Lidia Newton (der),
quien
prefiere las habichuelas, el queso, el pan y una rebanada de pastel
de
cumpleaños (abajo). Lidia, de 112 años, se encuentra entre las 20
personas
más longe-vas del mundo, a sólo tres años de quien encabeza la lista.
Los “súper centenarios” están redefiniendo cuánto y qué tan bien podemos
vivir, aunque no sea algo que resulte fácil. “Mi parte favorita del día-
dice Lidia- es cuando duermo una siesta.”
Darse el tiempo para el descanso
Los Rawson, de Colton, California (abajo), conviven en familia los fines
de
semana. Los sábados son tranquilos, un santuario en el tiempo, porque
practican el Shabat y mantienen un día de espiritualidad. “Todo es acerca
de la
iglesia, la familia y los amigos”, dice Tim, el padre. “Si el día no
fuera
especial, yo estaría simplemente cortando el césped.” En cambio,
los
domingos, salen juntos en sus motocicletas para dar una vuelta en la tarde.
CARACTERISTICAS
DIFERENTES
ADVENTISTAS
v Comen nueces y frijoles.
v Guardan el Sábado.
v Cultivan su fe.
SARDOS:
v Beben vino tinto (con moderación).
v Comparten las cargas de trabajo con sus esposas.
v Consumen queso pecorino (y otros alimentos ricos
en omega-3).
OKINAWENSES
v Mantienen amistades duraderas.
v Comen pequeñas porciones de alimentos.
v Buscan motivaciones en la vida.
CARACTERISTICAS COMUNES A
LOS TRES
Ø No fuman.
Ø Dan prioridad a la familia.
Ø Se mantienen activos y socialmente vinculados.
Ø Comen frutas, vegetales y granos enteros.
POR QUÉ VIVEN MÁS TIEMPO
Las personas muy longevas en tres regiones muy distantes entre sí
comparten un número de hábitos clave, a pesar de tener orígenes y creencias distintas.
La proporción de mujeres a hombres centenarios
en Estados
Unidos es cerca de cuatro a uno. En algunas partes de Cerdeña es de uno a uno.
LOS
SARDOS
FAMILIA DE HONOR
Las
casas hogar, los centros para ancianos y las comunidades con asistencia
representan un lenguaje que Giovanni Sannai (der., con boina negra, sentado en
la cabecera de la mesa), de 103 años, desconoce. Éste cena regularmente con su vasta familia. Según
los gerontólogos, los ancianos que viven cerca de sus seres queridos tienden a
vivir más años. Sannai es un poco escéptico: "Nadie sabe por qué la gente como yo vive tanto; tampoco yo
lo sé".
En el pueblo de Silanus, en un cobertizo detrás de su casa, Tonino Tola,
de 75 arios, saca las manos del cuerpo aún humeante de un ternero recién
sacrificado, guarda su cuchillo y me da la bienvenida con un cálido y
sangriento apretón de manos. Luego, con sus gruesos y resbalosos dedos pellizca
tiernamente las mejillas de su nieto de cinco meses, Filippo, quien
observa la escena desde los brazos de su madre. Para este fornido pastor de 1.80 metros, el trabajo duro y la
familia conforman los cimientos de su vida, y quizás puedan ayudar a explicar
por qué Tonino y sus vecinos pertenecen a un lugar de gente longeva.
Silanus,
una comunidad de 2,400 personas, se localiza en las faldas de las montañas
Gennargentu en el centro de Cerdeña, donde los secos pastizales colindan con los picos de granito. En un racimo de pueblos en el corazón de una región
llamada "La Zona
Azul" por los demógrafos, 91 de las 17,865 personas que nacieron entre 1880 y
1900 han llegado hasta su centésimo aniversario, una tasa más del doble de alta que el promedio en Italia.
¿Por
qué la extraordinaria longevidad en este lugar? El estilo de vida es parte de la respuesta. Este día en particular, para las 11 a.m., Tonino ya ha ordeñado cuatro vacas, ha
cortado media pila de leños, ha
sacrificado a un ternero y ha recorrido 6.4 kilómetros pastorean-do
a sus ovejas. Al tomarse el primer descanso del día, reúne a sus hijos
mayores, a su nieto y a los visitantes alrededor de la mesa de la cocina. Su esposa, Giovanna, desata un pañuelo
que contiene carta da tnusica, un pan delgado como un
pergamino, llena los vasos con vino
tinto y, con la severa brusquedad de una mujer que sabe que manda, corla unas
rebanadas de queso pecorino hecho en casa.
Como
la mayoría de las esposas del lugar, cuyos maridos están ocupados cuidando sus
ovejas, Giovanna lleva las finanzas familia-res y la administración del hogar.
En las culturas mediterráneas, las mujeres sardas tienen fama de cargar con el
estrés de estas responsabilidades. Para los hombres, un menor estrés podría
reducir el
riesgo de enfermedades cardiovasculares, lo cual podría explicar por qué la tasa de mujeres y hombres centenarios es casi de uno a
uno en algunas partes de Cerdeña. "Yo hago el trabajo
—admite Tonino, tomando a Giovanna por la cintura— y mi ragazza es la que se preocupa."
CONSUMA
VINO TINTO
Delgado
como una partitura, el carta
da música, un tipo de pan ácimo, es parte de la dieta sarda. Algunos estudios indican que podría reducir el riesgo de contraer
enfermedades cardiovasculares. Beneficios parecidos se le atribuyen a beber un vaso diario
de vino tinto, el cual contiene un componente que previene la obstrucción
arterial. Los sardos brindan diciendo kent'annos: salud y vida por 100 años.
Estos
sardos también se benefician de su historia genética. Cuan-do potencias militares, como los
fenicios y los romanos, descubrieron
los encantos de Cerdeña, los nativos se vieron forzados a retroceder más y más hacia el interior de las partes
montañosas. Una vez allí, cultivaron la precaución contra los
forasteros y se ganaron una reputación
de bandidaje, secuestros, y de la práctica de vendettas con la lesoria, el tradicional cuchillo sardo de los pastores.
El
aislamiento de los pueblos montañeses ha contribuido a preservar el estilo de vida tradicional sardo, que
propicia la longevidad.
En su aislamiento, los
nativos sardos se convirtieron en "incubadoras
genéticas"; ampliando ciertos rasgos a través de las gene-raciones. Aún en
la actualidad, aproximadamente el 80 % de ellos está relacionado directamente con los primeros sardas, afirma Paolo Francalacci, de la Universidad de Sassari. En
alguna parte de es-ta mezcla
genética, dice Francalacci, puede yacer una combinación que
favorece la longevidad.
La
dieta que lleva la familia de Tonino es otro factor: está repleta de frutas y verduras del huerto
familiar, como calabacitas, berenjenas jitomates y alubias, lo que
puede reducir el riesgo de enfermedades del
corazón y el cáncer de colon. En la mesa de Tonino también se
encuentran varios productos lácteos tales como leche de ovejas alimentadas con hierba, y queso pecorino que, al igual que el pesca-do, aportan
proteína y ácidos grasos omega-3. Tonino aún elabora el vino de uvas Cannonau de su pequeño viñedo, que en esta región montañosa
contienen un componente en una proporción de dos a tres veces mayor que la que se encuentra en otros vinos que podría prevenir
las enfermedades cardiovasculares.
EN
FORMA
"Un poco de trabajo no te mata". Esa es una
lección que se aprende temprano en Cerdeña, donde el joven Antonio ayuda a
cuidar los rebaños de su familia. Por mantenerse activos, muchos hombres, como Giuseppe Cugusi (der.) —a los 85 años aún cría cerdos—, están saludables.
"Toda mi vida he caminado y he trabajado", dice Giuseppe. "Si me
quedara todo el día en casa,
entonces me
enfermaría."
Pero, con la
globalización y la modernización, aun la lejana Cerdeña está cambiando. Los autos y los camiones han eliminado la necesidad de caminar distancias largas. Los
jóvenes miran más hacia el exterior y son menos tradicionales. La
obesidad, que no existía prácticamente
antes de 1940, ahora afecta aproximadamente al 10 % de los
sardos. "Los niños quieren papas fritas y pizzas",
dice Tonino. "El pan y el queso están pasados de
moda."
Pero hay algo que no ha
cambiado: la dedicación de los sardos a
sus familias, lo cual garantiza un apoyo en los tiempos de crisis y el
cuidado de los ancianos mientras vivan. "Nunca pondría a
mi padre en un hogar para ancianos", dice Irene, la hija de Tonino. "Eso
sería una deshonra para la familia."
Para
Tonino, un día de trabajo incluye aún una caminata en la tarde para llevar a pastar a sus 200
ovejas. Enfundado en sus polainas de
cuero, con sombrero y abrigo, Tonino atraviesa una estrecha abertura en un muro de piedra, y cuenta sus ovejas,
que van detrás de él. Cuando
tres animales tratan de adelantarse, chocan contra una sección del muro y
Tonino, con cierta parsimonia,
coloca de nuevo las rocas en su lugar, para luego recostarse en un
promontorio y asumir el antiguo rol del centinela, una rutina que ha ensayado
desde hace varios decenios.
"¿,Alguna vez se aburre, Tonino?, le pregunté.
Éste se da la vuelta, me señala con sus dedos aún manchados de sangre seca y
su voz retumba al con-testar: "Me ha
fascinado vivir aquí cada día de mi vida".
Los
genes "buenos" también ayudan: ocho de cada 10 sardos están relacionados directamente con
los habitantes originales de
Cerdeña.
Los
ancianos en Okinawa sufren menos ataques al corazón, menos cáncer de mama y cáncer de próstata que en Estados Unidos.
Lo
primero que se advierte acerca de Ushi Okushima es su risa. Sale de su estómago, retumba hasta sus hombros y luego
estalla con un "ji ja" que inunda la
habitación con una alegría cristalina. Conocí a Ushi hace cinco años, en su
casa de Okinawa, y ahora es esa misma risa la que me atrae a su casita de
madera en el pueblo costero de Ogimi. En esta tarde lluviosa, Ushi se sienta
cómodamente envuelta en un kimono azul. Un heróico mechón de pelo echado hacia
atrás re-vela una frente bronceada y unos
ojos verdes en estado alerta. Sus manos
suaves yacen serenamente en su regazo. A sus pies, sorbiendo té, están
sentadas sus amigas Setsuko y Matsu Taira, con las piernas cruzadas en una
estera o tatanii. Desde
la última vez que visité a Ushi, comenzó un nuevo trabajo, trató de huir de
casa y empezó a usar perfume. Un comportamiento predecible para una jovencita
quizás, pero Ushi tiene 103 años. Cuando le pregunto acerca del perfume, bromea
diciendo que tiene un nuevo novio, y se tapa la boca con la mano, antes de
lanzar una de sus benditas risas.
RAZON DE VIVIR
¿Cuál es la lkigai,
"la razón de vivir", de
Fumiyasu Yamakawa, de 84 años? El ejercicio diario, que incluye la
práctica de yoga (der.) y entrenar para
un decatlón. Sus eventos favoritos: salto de altura y con garrocha. Para Zen-ei
Nakamura (abajo) es el mar lo que lo cautiva."Pescar es mi vida",
afirma. Éste suele nadar desnudo para atraer a los peces hacia sus redes.
Con una expectativa de
vida promedio de 78 años para los hombres y
de 86 para las mujeres, los nativos de Okinawa se encuentran entre las personas más longevas
del mundo y, lo que resulta más
importante, los ancianos que viven en este exuberante archipiélago tropical tienden a disfrutar
muchos años sin ser aquejados por enfermedades.
¿Cuál es la clave?
"El Ikigai por
su-puesto que ayuda", responde Craig Wilcox, del Estudio de Centenarios de
Okinawa. El término japonés se traduce
aproximadamente como "aquello que hace que valga la pena
vivir la vida". Los ancianos de Okinawa, afirma Wilcox, poseen un fuerte
sentido de motivación que podría actuar como una especie de amortiguador
contra el estrés y contra las enfermedades, como la hipertensión. Muchos de
ellos también pertenecen a un moai al estilo de Okinawa: una red de apoyo mutuo que
proporciona ayuda, económica, emocional y social a lo largo de su vida.
MANTENER
LOS AMIGOS
El
vínculo social se mantiene intacto para Kamada Nakazato, de 102 años, cuya familia y amigos se reúnen con ella a tomar té. Algunos estudios demuestran que los ancianos que se mantienen sociables son menos propensos a sufrir enfermedades del corazón y depresión. Una amenaza contra la salud se cierne contra los jóvenes en Okinawa que consumen comida rápida (der.): ahora tienen la mayor tasa de obesidad
en Japón.
Una
dieta magra también podría ser otro factor incidente. "Un plato rebosante
de verduras de Okinawa, tofu, sopa de mi-so y un poco de pescado o carne tienen
menos calorías que una hamburguesa pequeña –afirma Makoto Suzuki, que también
trabaja en el Estudio de Centenarios de Okinawa– y tendrá muchos más
nutrientes sanos". Es más, muchos de los nativos de Okinawa que
crecieron antes de la Segunda Guerra Mundial nunca desarrollaron la tendencia a
darse gustos con las comidas. Viven aún de acuerdo con el proverbio inspirado
en Confucio: 'hara hachi bu', come sólo hasta que tu estómago esté 80 % lleno.
“Moai”: un grupo de amigos, vecinos o familiares que se reúnen con regularidad para proporcionarse apoyo
social, emocional y económico.
Además,
siembran buena parte de lo que comen. Al observar los huertos que tienen los centenarios de Okinawa, Greg Plotnikoff, un investigador dedicado a la medicina tradicional, los llama "botiquín de medicina
preventiva": Hierbas, especias, frutas y vegetales tales como rábanos chinos, ajo, coles, cúrcuma,
cebolletas y tomates que, dice Plotnikoff "tienen
componentes que podrían bloquear el cáncer antes de que inicie".
Irónicamente,
para muchos ancianos de Okinawa, esta dieta surgió de épocas de penurias. Ushi
Okushima creció descalza y en la pobreza. Su familia apenas sobrevivía
tratando de cultivar el terreno rocoso de Ogimi, sembrando tubérculos, que
conformaban el plato principal de todas sus comidas. Para celebrar el Año
Nuevo, el pueblo mataba un cerdo y cada uno de los habitantes recibía un pedazo
de carne.
COMER VERDURAS. Cuando no
ve las luchas de sumo en la televisión, Yasu Itoman, de 100 años, se ejercita
cultivando zanahorias, tomates y cebollas en su jardín (abajo). Estos vegetales le proporcionan antioxidantes
naturales que podrían ayudarla a prevenir el cáncer. Seiryu Toguchi (der.), de
104 años, disfruta de unos minutos de sol, una fuente de vitamina D, que
ayuda a prevenir la osteoporosis.
Durante
la Segunda Guerra Mundial, cuando los barcos de guerra estadounidenses
bombardearon Okinawa, Ushi y Setsuko, cuyos maridos habían sido enrolados en el ejército japonés, huyeron a las montañas con sus hijos. "Sufrimos
una terrible hambruna"; recuerda Setsuko.
Actualmente,
Ushi se despierta al amanecer y toma un pequeño desayuno compuesto por leche, plátanos y
tomates. Hasta hace poco, sembraba la
mayor parte de sus alimentos (dejó de hacerlo cuando empezó a trabajar). Pero
sus rituales tradicionales diarios no han cambiado en lo absoluto: los rezos matutinos a sus antepasados, tomar té con sus amigas, comer con la familia, dormir una siesta vespertina, dedicar una hora social al atardecer con
sus amigos y, antes de dormir, tomar una taza de cake con una infusión de la hierba
que se conoce como artemisa. "Me
ayuda a dormir", dice Ushi.
¿Cuál
es el Ikigai de Ushi, ese poderoso sentido de
motivación que, se di-ce, poseen los ancianos de Okinawa?
"Mi
Ikigai está justamente aquí", me responde, haciendo un ligero ademán de manos que envuelve a Setsuko y a Matsu. "Si ellas mueren, me preguntaré por qué sigo aún con vida."
Estas
ancianas de Okinawa son líderes espirituales respetadas en muchos pueblos, un papel que le otorga un mayor sentido a sus
vidas.
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